
Pocos años después, una crecida red tranviaria, que llegó a ser la más extensa del mundo, nos haría vanagloriar de estar viviendo en una urbe conocida aquí y afuera como la Capital del Tranvía.
Así fue como las distintas Compañías Tranviarias, que estaban obligadas no sólo a cumplir con frecuencias y horarios, sino también, a construir y mantener el balasto entre los rieles y a dar buena iluminación a lo largo de sus recorridos, contribuyeron, en gran medida, a introducir cambios urbanísticos de importancia.
A fines del siglo XIX la “tracción a sangre” le cedió paso a la electricidad, y a treinta millas por hora y con capacidad para 36 pasajeros sentados, entre quintas, hornos de ladrillos, casas modestas, baldíos extensos y uno que otro chalet con tejado inglés, estos trepidantes “loros” y “marfiles” atravesaron un tiempo que coincidió con el desarrollo y la prosperidad de los barrios.
La finalización de esta epopeya fue en febrero de 1963, en Belgrano, cuando los porteños le dijimos adiós al último motorman y más de un tranvía devino en escuela.
"Talán... talán..." - tango de Enrique Delfino y Alberto Vacarezza
Canta Carlos Gardel
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