Me contaba
Manuel Flores que, en una oportunidad, su hermano Cele, viajando en colectivo,
fue víctima de un carterista. Lo que es para destacar, es que ese mismo día, a
la noche, en el restaurante de la Cortada Carabelas, al que el autor de Mano a mano solía concurrir, alguien le
hizo llegar su billetera con el contenido intacto.
Y otra: una tarde, en el verano
del ‘59, dos ladrones entraron en el domicilio del escritor, ya octogenario,
Eduardo Zamacois (que así se debe pronunciar, según él mismo decía, dado su
origen catalán), y al no encontrar nada de valor le pidieron que, al menos, los
convidara con algo fresco. Imposible. El autor de Memorias de un vagón de ferrocarril, y de cien títulos más, sólo
les pudo ofrecer agua de la canilla. Los malvivientes se retiraron sin
pronunciar palabra y al día siguiente el novelista recibió, sorprendido, una
heladera de regalo.
Y una más. En el poema Para un ganador del adiós, leemos:
Juan Carlos La Madrid
Quedó enganchado en
el tiempo
con su cartel de mariano;
siempre de arriba las
manos
nunca de mejicaneo.
Ambas anécdotas y estos cuatro versos del
poeta Juan Carlos La Madrid,
nos retrotraen a un tiempo en el que, aunque las cartas no necesitaran códigos
postales; las filiaciones no necesitasen códigos genéticos y el almacenero de
la esquina códigos de barra; los chorros,
sin dejar de serlo, no perdiendo del todo el contacto con ciertos valores
esenciales, conservaban los suyos.
"Tiempos viejos" - tango de Francisco Canaro y Manuel Romero
El corte, en el baile del tango, consiste en una pausa que hacen los
bailarines dejando pasar algunos compases musicales, para retomar luego sus
pasos y resolver una figura.
Dr. Joseph Ignace Guillotin
Ya fuera de la milonga, el corte también puede significar cortafierro o arma blanca
confeccionada en la cárcel con elementos precarios; herida o cicatriz en la
cara producida con cualquier elemento cortante; atención que se da o presta a
otro: dar corte; ostentación o alarde: darse corte; o añadir otra sustancia a
la cocaína con el fin de obtener un mayor beneficio económico.
Esto sin olvidar el corte
de manga, ademán despectivo o provocativo que consiste en poner una mano
sobre el pliegue del codo opuesto y flexionarlo.
Y pasando ahora al verbo, recordemos que cortar es, entre otras muchas cosas,
dividir el mazo de naipes en dos o más partes y también poner fin a una
situación o conversación.
Cortar el bacalao
es tener autoridad y poder de decisión.
Cortar el rostro
a alguien, significa no saludarlo, no prestarle la menor atención, no prestarse
a sus requerimientos amorosos.
Cortar por lo sano
es actuar en forma expeditiva para remediar males o conflictos; es proceder sin
consideración alguna para poner término a una situación que se prolonga
indefinidamente.
Y haciéndola corta, digamos que cien años antes del tango
con corte, el doctor Guillotin perfeccionó una máquina con corte que hizo
historia; y que el señor Gillette fue el inventor de esa hojita con la que más
de uno y más de una vez, se cortó solo.
El lunfardo apareció entre nosotros
como una especie de Babel al revés.
Lo que en
los tiempos bíblicos, y por castigo divino, fue sólo caos y dispersión, a fines
del siglo XIX, en Buenos Aires, sería confluencia e integración. Confluencia en
un determinado punto geográfico de hombres de distintas nacionalidades que, al
integrarse al nuevo medio, habrían de aportar, entre otras muchas cosas, palabras
y modismos.
Un conjunto de voces, de muy
diversos orígenes, que se ha ido introduciendo en la conversación familiar de
todas las clases sociales con fines expresivos, irónicos o humorísticos.
Digamos
ahora que no se trata de un fenómeno privativo de los porteños. Todos los
pueblos tuvieron y tienen su jerga, su argot o lunfardo,
desde las tribus nómades, bohemias y gitanas hasta los parias y los “thugs” de la India.
En Inglaterra se lo conoce con el
nombre de slang o cant; en Alemania con el de rotwelsch; en España como germanía, y
jerigonza (que puede ser utilizada en cualquier país donde se hable la lengua
española); en Rusia como zhargon; en
Rumania como smechearasca; los
gitanos lo llaman caló; los
portugueses calao; los griegos koiné; los holandeses bargoens; los bohemios hantynka; los indostanos bailabalán; los chinos hiang-chang.
En América tenemos el malespín de los
salvadoreños y nicaragüenses; el pachuco
de los costarricenses; la giria de
los brasileños, la replana de los
peruanos, el caliche de los mejicanos
y el coa de los chilenos.
Todo país tiene su idioma y su
peculiar modo de expresión. Como vemos, la “sórdida verba” no es un invento
exclusivo de los argentinos, como lo son, en cambio, el colectivo y la pelota
sin tiento.
"Afana otro
Estofado" - Primer vals peruano de
replana grabado en el Perú