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En el jardín del hotel - Nueva Delhi - marzo de 1981 |

le dije en tono galante:
-Mañana, mi sol brillante,
¿dónde la puedo encontrar?
-¿Mañana? En el Shangri-La.
¡Soy la mujer elefante!
(Click en el triángulo de play)
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En el jardín del hotel - Nueva Delhi - marzo de 1981 |
“Agapantos” (pastel) - Luis Alposta - 1982 |
En la Grecia antigua, ese color no se usaba para describir ni el cielo ni
el mar, y el término glaukos, con el que se lo aludía, tanto podía
ser el verde, el gris o el amarillo.
Para los romanos, el cielo era rojo, asociado al blanco y al oro, pero
nunca azul. La actitud de los ciudadanos de Roma frente a este color oscilaba
entre la indiferencia y la hostilidad. Nadie se vestía de azul: era el color de
la muerte, del duelo y los infiernos. A los varones que se atrevían a llevarlo
se los consideraba afeminados; en el teatro era el color con que se
representaba a los locos, y el tener ojos como los de la Pulpera de Santa
Lucía, se consideraba una desgracia física.
A partir del año 1000, aproximadamente, los pintores más destacados de
entonces comenzaron a darle ese color al manto de la Virgen, y el azul pasó, no
sólo a expresar una nueva concepción del cielo y de la luz, sino también a ser
uno de los colores preferidos.
Mucho después, y ya entre nosotros, asociado al romanticismo y la bohemia,
con azul de la ropa mediante, habría de darle color a un cuartito en el que
Mario Battistella y Marianito Mores compusieron un famoso tango. Era un
Cuartito azul que estaba ubicado en Terrada 2410.
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Boris Karloff como La Criatura en el film “El Dr. Frankenstein” (1931) |
E |
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Año 1946
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Con Iole y mi hijo Luis - 1989 |
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En casa de Rosalía, con mi esposa Vicky y Maruja Noviembre de 1984 |
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Con Rivero en la quinta de Osvaldo Pojati, en Batán Domingo 27 / V / 1984 |
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En la Academia Porteña del Lunfardo Septiembre de 1972 |
Con Rafael Jijena Sánchez Marzo de 1974 |
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En casa de los Kanematsu, Tokio, 1976
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(Del libro "EL Tango en Japón", de L. A. - Ed. Corregidor, Buenos Aires, 1987)
Yoyi -tal
vez el hombre
que más sabe
de tango en Japón- nació
en Yokohama el 6 de
febrero de 1927.
Menudo, vivaz, de
mirada inteligente y
exquisita cortesía, licenciado
en filosofía y
letras, políglota, dibujante,
periodista y alto
ejecutivo de Pola
Cosmetics -una de las
principales firmas
de cosméticos de
su país-, es
el anfitrión obligado
de todo tanguero
que pase por
Japón. Su número
telefónico figura en
las agendas de
todos los músicos
argentinos que han
actuado en aquellos
pagos desde 1954
hasta la fecha,
y a todos
los ha recibido
en su casa,
agasajándolos con una
costosísima comida, rara
y muy escasa
en Japón: un
auténtico asado criollo,
en cuya preparación
se alterna con
su socio y
amigo Yoshio Nakanishi.
Mi caso no fue la
excepción: apenas me
conoció, Yoyi me
abrió las puertas
de su hogar,
al que llegué
por primera vez
una tarde, a
tomar el té.
Un té japonés;
verde y sin
azúcar.
Un curioso
detalle llamó mi
atención en mi
primera visita a
la casa de
Yoyi. En la
sala de estar,
sobre el televisor,
había un portarretratos en
el que yo,
por supuesto, esperaba
ver la foto
de su esposa
Setsuko, o de
sus hijas, Misato
y Kaore. Sin
embargo, menuda sorpresa
me llevé cuando,
al acercarme, me
encontré con un
Carlos Gardel más
sonriente que nunca…
Luego me enteré
de que Yoyi
había viajado en
dos oportunidades a
la Argentina para
visitar la tumba
de Gardel y
rendirle homenaje a
nuestro cantor. La
primera fue en
1963. La segunda,
en 1975, cuando
se cumplieron cuarenta
años de la
muerte del Zorzal;
en esa ocasión,
Yoyi colocó una
placa recordatoria en el lugar
donde se guardan
sus restos.
Entre las
múltiples iniciativas de mi amigo
en favor de
la difusión del
tango en su
país, una de
las más importantes
fue la creación
de la revista
mensual La música iberoamericana, en la
que nuestra música
ciudadana tiene un
lugar preferencial. Ya en el
primer número, aparecido
el 5 de
mayo de 1952 y del
que se imprimieron
mil ejemplares, la
temática del tango
ocupaba cuarenta y
siete páginas sobre un total
de cincuenta y dos, y
hoy, con el
nombre de Latina, cuando
cada ejemplar consta
de ciento setenta
y cuatro páginas
y se editan
once mil ejemplares,
la proporción sigue
siendo bastante similar.
Yoyi Kanematsu
es, además, el
actual presidente de
la Sociedad del
Estudio de la
Música Iberoamericana (SEMI)
(Chunambei Ongaku Kenkyukai),
una de las
primeras peñas tangueras
del Japón, fundada el
1ª de octubre
de 1940 y
cuyo presidente honorario
fue, hasta su
muerte, el señor
Tadeo Takahashi.
La pasión
de Yoyi por
el tango lo
ha llevado a
reunir, con el
paso de los años, una
discoteca de incalculable
valor y a
almacenar en su
memoria infinidad de letras, que
suelen acudir espontáneamente a
sus labios en
las ocasiones más diversas.
Siempre recuerdo aquella
noche de 1980,
en su lujoso
escritorio de la
calle 7-7 Ginza 1-Chome, en
la que pasamos
varias horas fotocopiando
programas de las
actuaciones en Japón
de distintas orquestas
tangueras y tomando
algunas de las
fotos que incluyo
en este libro.
En un momento
necesitamos un trípode
para hacer ciertas
tomas. Yoyi, sin
inmutarse, abrió entonces
el armario donde
guardaba su nutrido
equipo fotográfico y sacó el
instrumento requerido, mientras
canturreaba,
inconscientemente, aquello de
“… hay de
todo en la
casita… “
Y cómo no mencionar que Yoyi llegó a oficiar de secretario de Jorge Luis Borges cuando éste visitó el Japón en 1980. Cuenta mi amigo que el escritor le pidió que lo llamara Luis en vez de Jorge, porque “el nombre Luis es más fácil de pronunciar en japonés que el de Jorge”. Muy risueñamente rememora también Yoyi las repetidas veces que el autor de Ficciones le solicitó que lo llevara al zoológico de Tokio, pedido al que él, por compromisos previos, nunca podía acceder. Fue así como un día, al pasar a buscar a Borges por su hotel, el conserje le comunicó que “se había ido solo a visitar el jardín zoológico”.
Una noche,
mientras comíamos tempura -langostinos, hongos
fritos, arroz y
caldo, acompañados con
té japonés- le
pregunté a Yoyi
por qué el
tango gustaba tanto
en su país.
La respuesta no
se hizo esperar.
Deteniendo a medio
camino los palillos
-que gracias a
él también yo
había aprendido a
manejar- me dijo:
-Porque su
música nos llega
fácilmente al corazón.
Yoyi Kanematsu falleció en Buenos Aires el 31 de marzo del 2001.
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Yoyi Kanematsu en 1970, al enterarse de la próxima visita de Rosita Quiroga a su país, y sin conocerla personalmente, le escribió esta carta: