jueves, 26 de mayo de 2011

ACERCA DE RAFAEL JIJENA SÁNCHEZ

Fue en la década del setenta. Se trataba de un grupo de amigos que, periódicamente, se reunían para hablar de poesía y literatura. Quien presidía “El Laberinto”, tal el nombre adoptado por los contertulios, era el poeta Rafael Jijena Sánchez. 
Alguien dijo que “el despliegue de la dramática humana bajo la pluma de un gran escritor -en este caso de un poeta- toca siempre puntos esenciales de la subjetividad”. Y eso en Rafael, se daba plenamente. 

A RAFAEL JIJENA SÁNCHEZ

Llegaba
como un poeta y un duende
mensajero de la amistad y la alegría.
Cuando lo sorprendíamos con alguna novedad,
En la Academia Porteña del Lunfardo
Septiembre de 1972
solía contestar con su admirativo más en uso:
¡Qué curioso!
Un modo de iniciar su plática,
de la que luego brotaban los recuerdos,
las anécdotas,
las observaciones y reflexiones  intencionadas,
la cita oportuna
o el retruécano regocijante.
Siempre la palabra sobria y el adjetivo  único,
el que no podía ser otro.
Todo en él era una mezcla mágica
de hidalgo español y jefe indio.
Su voz era sonora y bien modulada.
Su dicción perfecta.
Era serio y vehemente,
sin dejar de ser jocundo y parsimonioso.
También era proclive a lo jocoserio,
y era entonces cuando reía.
Reía e incitaba a reír,
pensando con Rabelais
que la risa es lo propio del hombre.
Fue siempre el buen amigo
y el cacique del grupo.
Fue esencialmente un romántico
y un ser piadoso
en el que vibraban en yunta
lo sacro y lo profano.
El suyo fue un romanticismo superior,
lleno del sentimiento de lo infinito,
Con Rafael Jijena Sánchez
Marzo de 1974
de lo trascendente,
de lo espiritual y lo inefable.
Era un buscador de belleza.
En su último libro
-tan último que ha sido póstumo-,
sin olvidar las coplas,
ni a su Virgen del Valle,
escribió sus poemas
con aparente desaliño
y versos no sujetos a medida.
Son versos conversados
que sin embargo cantan.
Vivía rodeado de libros
y de objetos primitivos
en los que siempre venían a cuento
lo ancestral y lo mágico.
La imagen del misterio.
Fue un iniciado
en antiguos rituales de la tierra
y supo ser también un frecuentador
de los santuarios laicos
de los cafés y las peñas.
Todo en él era una mezcla esencial
de hidalgo español y jefe indio.
Fue un poeta
y vivió como un poeta.

Luis Alposta
24 de abril de 1999

Rafael Jijena Sánchez nos dice su poema "Plaza de Santa Marta" 
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