·"Con un Cacho de Nada", poemas. Ed.
Corregidor, Buenos Aires, 1986.Segundaedición,Ed.Corregidor,Bs.As.2001.
*El Hospital Interdisciplinario
Psicoasistencial llamado actualmente José Tiburcio Borda es un hospital psiquiátrico de la Ciudad de Buenos Aires. Fue fundado el 11 de noviembre de 1863 con el nombre de Hospicio de San
Buenaventura, y rebautizado Hospicio de las Mercedes el 8 de mayo de 1888.
La estrofa anónima (que siempre tiene autor), es decir la tradicional,
la recogida por la voz viva del pueblo, la que encierra un espíritu, un estilo, una
gracia. La que no tiene complicaciones o alambicamientos retóricos. La que, por
lo general, con sólo cuatro versos breves, dúctiles y hondos, les puede dar cabida
a todos los sentimientos y emociones. Estrofa mágica, capaz de encerrar un mundo
maravillosamente infinito, como el del corazón humano. La que revela la proeza de
mostrar lo más genuino de una tradición popular, con matices y tonos muy sutiles.
Ésa es la copla anónima.
Como la que se puede leer en
los jardines de la Alhambra
(folklorizada, aunque se sepa que su autor fue Francisco A. de Icaza):
“Dale limosna
mujer
que no hay en
la vida nada
como la pena
de ser
ciego en Granada.”
O esta otra, una quintilla que le escuché
a Rafael Jijena Sánchez, en la que un charro mejicano nos la ofrece como para bordarla
en su sombrero:
“Comadre, cuando me muera,
haga de mi barro un jarro;
si tiene sed en él beba,
si a los labios se le pega,
son los besos de su charro.”
Hace algunos años (cerca de cuarenta), en el consultorio
médico de una obra social, un paciente, llamado Sergio Chasco *, me entregó la letra
de una milonga que acababa de escribir, a la que tituló "Cuando la guita
era buena". Siempre lamentaré haberla extraviado, pero, lo que sí debo
agradecerle a mi memoria es que haya conservado de aquella letra esta cuarteta, porteña, sentenciosa, inspirada en una frase que se le atribuye a Gardel y,
seguramente, también llamada a folklorizarse:
Si hasta Gardel tan gentil
solía decir a diario:
"Nunca lo avivés a un gil,
dejalo que siga otario.”
*Siempre recordé esta cuarteta pero no el nombre de su autor, hasta que, mientras escribía estas líneas, encontré inesperadamente en una vieja carpeta esta "receta" en la que la había anotado:
"En un feca" - letra y música: Anónimo
Canta: Edmundo Rivero
Álvaro Yunque, nacido Arístides Gandolfi Herrero (La Plata, 20 de junio de 1889 - Tandil, 8 de enero de 1982). En su auténtica condición de lírico, Álvaro Yunque fue siempre el feliz habitante de una zona humana y geográfica abierta a la poesía. Abarcó todos los géneros -poesía, cuento, historia, novela, teatro, crítica, ensayo- en una vasta obra que, a lo largo de su vida fluyó como copioso río. Su obra, seriamente estudiada en universidades extranjeras, nos habla de alguien que supo ser un clásico en vida sin que se le piye la musa. Una de las constantes que hallamos, tanto en sus poemas como en sus cuentos, es que la trama nunca es artificiosa ni arreglada, no usurpándole su papel al destino y dejando siempre que a los personajes les sucedan los hechos como en la vida misma.
El arte no es un “juguete divino”, solía decir. “El arte es acción y es herramienta”. Y agregaba: “El arte, si no está humanizado por una fe, sólo es una copia de la naturaleza. El “arte puro”, el “arte por el arte”, repite lo que en la naturaleza ya está hecho, y bien”. “El artista no ha venido a contemplar sino a vivir”. A lo largo de toda su vida encarnó como pocos el sentimiento del escritor que no aspiraba a otra cosa que a la poesía. Yunque, laureado oficialmente en 1926 por “Barcos de papel”, un libro que caminó a sus anchas haciéndole honor al título, recibió cincuenta años después, el premio Aníbal Ponce y le fue otorgado el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores en 1979. Álvaro Yunque, nacido en la ciudad de las diagonales el día de la Bandera de 1889, perteneció a la generación literaria del 22 y fue uno de los integrantes más representativos del grupo de Boedo. Fue, también, uno de los primeros 'poetas de la calle', un maestro de cuentos para niños, un defensor consecuente y fiel de sus ideas sobre política y sociedad que proclaman -por encima de todo- la dignidad del hombre, la libertad de pensar, el derecho de soñar, el privilegio de vivir. Escritor fecundo, de sólidos y consecuentes principios éticos sobre los que sustentó su largo itinerario de hombre y de ciudadano. Nada hay en su literatura que no haya sido tomado de la realidad y que no haya conmovido su corazón. Razón y sentimiento, lucha y amor, estoicismo y dignidad. Ése fue Álvaro Yunque. Un maestro forjado en la vida, un poeta, un sereno patriarca de blanca melena, al decir de Marcela Ciruzzi. Un querido y recordado amigo al que he tenido la suerte de conocer siendo muy pibe (no él, sino yo: me llevaba toda una vida y muchos libros publicados). Tendría once o doce años (yo, no él) cuando leí “El árbol de Navidad”, un cuento en el que su protagonista, Quico, me abrazó el alma de tal modo, que ya el espíritu y el nombre del autor habrían de serme familiares. Después el destino, que fue bueno conmigo, me hizo darle la mano por primera vez en la Academia Porteña del Lunfardo. Fue en 1963 y desde entonces fuimos amigos y cofrades para siempre, como que los últimos poemas lunfas que escribió son los tres sonetos que le pedí para incluirlos en una antología. Cuando me los entregó me hizo esta confidencia: “De lo escrito por mí, lo que más quiero está escrito en lunfardo”. En aquellos días, en compañía de los suyos y de algunos amigos, le festejamos sus noventa años. Supe entonces que su gran secreto para combatir la vejez era muy simple: no pensar en ella, pues era de los que creía que el mejor tiempo es el que se vive. Una de las facultades humanas que más nos condiciona e inquieta suele ser la memoria. Y él la tenía intacta. Solía recordar a todos sus amigos, entre los que Gustavo Riccio y Dante A. Linyera eran los más conspicuos. Yunque vivía en el 8ª B (B de bueno) de Coronel Díaz 1782, rodeado de libros y de cuadros, entre los que recuerdo un Bruzzone y un Alonso que lo retrataban fielmente (ambos, poco después de su muerte, se perdieron en un incendio).
A ese domicilio concurrí, más de una vez, invitado
por el autor de “Barcos de papel”, a comer “tallarines a la lunfarda” que él mismo
cocinaba. Cuando le pedí la receta, se limitó a decirme que el secreto consistía
en recitar “determinados versos “rantifusos” durante la preparación de la salsa.
Lo creí entonces, y aún hoy lo sigo creyendo.
Ahora, desde que cambió de barrio, Álvaro Yunque
pasea por calles más altas que las de Boedo.
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Dos de las cartas que me escribió Yunque, que transcribo.
Güenosaires junio 1972
Aparcero Alposta:
Gracias por el Boletín. Se lo remercío. Leí de una sentada -por lo humorístico de su índole- su discurso académico. Conocí a Yacaré, allá por los tiempos de Crítica y La Montaña, donde él y yo escribíamos - él creo que policiales y yo deportes, boxeo y lucha romana. Recuerdo que cuando publicó sus poemas en lunfardo y en la Antología Argentina de Morales y Novillo Quiroga no lo incluyeron, se cabrió y les envió una carta fueguina. Ayer di por Mataderos una conferencia sobre lunfardo. Cuando la repita, creo que será en Tandil, ya me han hablado, entre los poemas que lea al final, voy a incluir “El jubilado”. Me gustó mucho. ¿Cómo no darle confianza a usté tan simpático? Yo, en esto de la amistad, me dejo conducir por el cuore. Mire. Si el coso me entra al cuore, le abro los brazos. Esto me sucedió con Ud. Y a Ud. le habrá sucedido con otros.
La main gauche. Yunque
Güenosaires Dbre. 1972
Aparcero Doctor Alposta:
Gracias por el saludo. Su poema me gustó, verdaderamente.
¿Cómo no me iba a ir bien en la operación si en Güenosaires se hallan los mejores médicos del mundo, médicos que hacen versos? El que me operó a mí también los hace y, además, es marido de una actriz. Dos musas lo asisten.
Le deseo salud e inspiración.
La main gauche
Yunque
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A YUNQUE
(Historia de una A familiar)
Adán, el Arquitecto que construyó la Catedral de Mar del Plata, cuyo apellido era Gandolfi, se casó con Angelina Herrero. Y llegaron los hijos -los Gandolfi Herrero- que fueron siete: Arístides, el primogénito, el que, entre versos de la calle y barcos de papel, pasó a ser Álvaro para siempre. Ángel, que firmaba Walk e inventó el radio-teatro con Olga Casares Pearson. Adán, como el padre. Augusto que lo conservó como médico y en las coplas fue Juan Guijarro. Ada, la inteligente, que murió joven y era hermosa. Alejandro, el silencioso, y Alcides, el menor, a quien los guantes de boxeo no le impidieron escribir Nocau Lírico. Arístides, el primogénito, cuyos años fueron noventa y dos, estaba casado con Alba, la que le dio dos hijos: Adalbo Augusto y Alba, como ella. Arístides, que se llamaba Álvaro Yunque, fue quien me contó una tarde la historia de esta A familiar, mientras las demás vocales fruncían el ceño. Hoy, el que la firma es su Amigo Alposta y en la coincidencia está mi homenaje.