Se
llama epitafio a toda inscripción que, dedicada a la memoria de una persona
fallecida, se coloca sobre su sepultura.
Los primeros epitafios conocidos
pertenecen a los antiguos egipcios.
Pero hoy lo
que quiero recordar es el paródico estilo epitafial que, en forma lúdica y
ajena a toda pretensión literaria, aparecía en la revista Martín Fierro, en la
sección denominada Cementerio Humorístico.
A Calixto
Oyuela, severo crítico y hombre por entonces de edad senecta, alguien le
dedicó, burlonamente, esta cuarteta:
Bajo esta lápida fría /
descansa Calixto Oyuela. / Fue compañero de escuela / de Mármol y Echeverría.
También el
poeta y recitador santafesino Rogelio Araya, cuya facundia parecía arredrar a
sus colegas y amigos, fue recordado de este modo:
Descansa dentro de esta fosa
/ el vate Rogelio Araya. / Apretemos bien la losa, / no sea que se nos vaya.
Dentro de
los que podríamos llamar autoepitafios, o sea, los escritos por "el dueño de
casa", quiero destacar dos. El de Groucho Marx, que dice:
Perdonen que no me levante *
Y otro que
encontré en un viejo cementerio de provincia. Tal vez el epitafio más rotundo y
metafísico que se haya escrito jamás:
Me
parece que va para largo
En una
oportunidad, un poeta amigo, después de “salir” (como solemos decir los
médicos) de un edema agudo de pulmón, lo primero que hizo fue pedir papel y
lápiz para poder escribir un poema sobre la muerte.
Yace aquí quien no yace ni con
receta,
de lo cual a su médico no hago
cargo.
Como tumba reniego de este poeta
que por buscar la rima siguió de
largo.
* En realidad, en su
tumba no figura dicho epitafio. Groucho Marx dijo esa frase en una entrevista que concedió, en la que afirmó que ese era
el epitafio que querría tener en su tumba.