jueves, 30 de mayo de 2013

ACERCA DE LA PALABRA TRANCA


Vincent Van Gogh - "Borrachos"
      Para designar al que anda con unas copas de más se suele decir, aunque cada vez con menos frecuencia, que tiene una flor de tranca o una tranca bárbara.
            ¿Y de donde viene eso de tranca?
Adolfo Ibañez García - "Borrachos"
            Consultando el Diccionario de la Real Academia Española, leemos que tranca es un palo grueso que se pone para mayor seguridad, a manera de puntal o atravesado detrás de una puerta o una ventana cerrada, y que en segunda acepción significa borrachera, embriaguez, lo que en sentido figurado equivale a pasar sobre todos los obstáculos. Pero, y aquí lo curioso, el diccionario también nos dice que tranca es una palabra de origen celta. Y si ahora recordamos que el pueblo celta en sus primeras migraciones se extendió por Europa central y avanzó hasta las Galias (actual Francia), las Islas Británicas y España, no debe extrañarnos, o sí, si encontrándonos en Alemania, en lugar de la estereotipada palabra bar, leemos tranke o G-tranke, que en alemán significa lugar para beber; y donde nos podemos seguir sorprendiendo, ya con un diccionario bilingüe en la mano, al encontrar que trank es bebida y tranken dar a beber.
            Después, reflexionando sobre estos germanismos, es fácil advertir que los mismos están fonéticamente muy próximos a la conjugación del verbo beber en inglés: drink, drank, drunk (beber, bebió y bebido) y a la palabra francesa trinquer, que significa brindis. 
            Y con esto sólo he querido destacar, en parte, la prosapia de una palabra que con muy escasas variantes en su grafía y en su pronunciación, se viene añejando -como los buenos vinos- desde tiempo inmemorial en varios idiomas.
"Con la primera copa el hombre bebe vino; con la segunda el vino bebe vino,
y con la tercera, el vino bebe al hombre." - Proverbio japonés.

"Entre curdas" - milonga - Canta Jorge Vidal
Letra de Aldo Queirolo - Música de Roberto Morely Carlos Mayel

jueves, 16 de mayo de 2013

ACERCA DE BARQUINA

Se llamaba Francisco Antonio Loiácono (Bs. As. 15 de abril 1910 - Bs. As. 19 de enero 1974); nacido para la amistad y para la noche. De baja estatura y más bien grueso. Tenía dos lunares en su pómulo derecho y hablaba de cotelete, en un tono entre confidencial y cheronca. Siempre de traje a medida y camisa de seda con monograma. Todos lo conocían por Barquina, apócope de Barquinazo, nombre que le puso el Malevo Muñoz después de haberlo visto caminar. Eso fue en Crítica, donde debutó como ascensorista y a los diez días ya era el secretario de Ulyses Petit de Murat y el hombre de confianza del Trompa (Natalio Botana).
Fue alguien que se inventó a sí mismo. Devino en cronista policial pero siguió siendo esencialmente Barquina. Generó anécdotas y palabras que no tardaron en crearle una leyenda y la leyenda un mito en torno a la noche porteña y su persona. 
Barquina y Troilo en Caño 14
      Entre sus amigos figuraba Rafael Alberti. 
En su fiesta de casamiento tocaron siete de las orquestas más importantes de Buenos Aires.  
Cinco presidentes, infinidad de jueces,   ministros, taqueros de monta, periodistas,   artesanos de la retórica, redobloneros y   malandras se disputaron su compañía y muchos lo tuvieron por confidente.
            Lo conocí a mediados de la década del  sesenta. Fuimos presentados por Ricardo Muñoz y René De Ninis; el encuentro fue en el Club Español. Mis amigos le habían dicho que yo escribía “poemas lunfardos”. Barquina, a poco de sentarnos a la mesa, me chequeó a su manera: 
           -Tordo, me alcanza el comarro. Le alcancé la panera y dijo: -Juna el bepi ¡eh!  
A partir de ahí lo sentí amigo.  
Fue un tiempo en que solíamos reunirnos y cenar juntos al menos una vez por semana.
La amistad era una de sus pasiones. Yo creo que la palabra gomía la inventó él.  

Y aquí paso a referir una anécdota: 

Fue en el tradicional restaurante "Gambrinus" de Villa Urquiza, que ya no está.
          Cierta noche de 1967 concurrimos a ese lugar Carlos Parache, Ricardo Muñoz, Barquina y yo.
            Barquina había estado aquella tarde, como tantas otras, en el hipódromo de Palermo, y, por supuesto, el tema hípico no tardó en ocupar nuestra conversación.
            Al recordar una famosa carrera disputada algunos años atrás, el autor del tango  “N.P.” nos regaló el siguiente comentario:

            -¡Qué manera de sufrir! ¡Con decirles que ni la quise ver! Le di la espalda al pelotón y entré a mirar hacia la tribuna. Sólo me di cuenta de que veníamos ganando cuando vi que el rengo Laurito, en su alegría, se apoyaba en 'la justa' y revoleaba 'la fulera'.
            Y algo más:
             Barquina fue quien utilizó por primera vez, entre nosotros, la palabra “puentear” con el significado de recurrir a una instancia superior, saltando deliberadamente el orden jerárquico.   
      
        Suave aroma 

        Ulyses Petit de Murat, en un excelente libro titulado La noche de mi ciudad, cuenta la historia del diario Crítica, en la que nos dice que Barquina, en mitad de toda conversación, introducía las palabras "suave aroma". Decía, por ejemplo, "Te van a cobrar, suave aroma, treinta pesos", o "Esa piba debe tener, suave aroma, veinte años".
    Nadie, nunca, pudo saber qué quería decir 'suave aroma' (quizás aludía a alguna propaganda de cigarrillos perdida en el tiempo), pero se había incorporado al lenguaje familiar de la redacción del diario.

        Por su apodo es recordado por Cátulo Castillo en el tango "A Homero" con música de Aníbal Troilo:

Vamos,
      vení de nuevo a las doce...
Vamos,
que está esperando Barquina...
Vamos, 
¿No ves que Pepe* esta noche,
no ves que el viejo esta noche 
no va a faltar a la cita?...
* José Razzano

"A Homero" - tango de Aníbal Troilo y Cátulo Castillo
Canta Roberto Goyeneche con la orquesta de Aníbal Troilo

        




jueves, 9 de mayo de 2013

ACERCA DEL DÍA QUE SUBIMOS AL OBELISCO



Diagonal Norte
Recibí una llamada de Oscar Del Priore pidiéndome que fuese puntual. Y lo fui. No ocurrió lo mismo con el fotógrafo que enviaban de la editorial para ilustrar el libro “Buenos Aires Ciudad Tango”, entonces en preparación. Nos cansamos de esperarlo y decidimos entrar.
La única puerta de acceso (por el lado oeste) daba (y sigue dando) a un recinto de siete por siete metros. Dentro de esa estructura hueca trepamos, Oscar y yo, totalmente a oscuras y sin arneses (¡qué inconscientes!), por una escalera recta y sin baranda (escalera marinera) de 206 peldaños de hierro, pegada a la pared (ángulo noroeste). Después de atravesar siete rellanos (que nos permitían recuperar el aliento) y de percibir, no sin preocupación, oscilaciones acrecentadas por las vibraciones del subte, llegamos a la cúspide, en la que sólo había una roldana y cuatro estrechas ventanas que nos permitieron descubrir cuatro inolvidables y únicas postales de Buenos Aires. Y fue por una de esas ventanitas, la que da al Sur, que pudimos apreciar en todo su esplendor la simetría de Diagonal Norte con sus cornisas en fuga hacia Plaza de Mayo.  
Tardamos en subir, quince minutos.
Recién cuando bajamos llegó el fotógrafo (fue así como nos perdimos las fotos) que, como quien no quiere la cosa, nos dijo que ese sería su décimo ascenso. Y subió.
Fue el jueves 24 de julio de 1986, a las cinco de la tarde.
El Obelisco cumplía ¡cincuenta años!

Se inauguró el 23 de mayo de 1936, cuando se conmemoraban los cuatrocientos años de la llegada de Pedro de Mendoza al Río de la Plata. En ese sitio, sobre la torre de la iglesia de San Nicolás, fue izada por primera vez en la ciudad la Bandera Nacional. Eso fue en 1812.
Su construcción demandó dos meses. Fue diseñado por el arquitecto Alberto Prebisch. Tiene una altura de 67,50 metros y pesa 170 toneladas.   












< Oscar


< Luis


23 / V / 2016  - Cuando el obelisco cumplió 80 años
por Daniel Balmaceda   



     

  • Sobre infografía de Ana Gueller y Juan Pablo Zaramella
  • Fotos: LA NACIÓN / Emiliano Lasalvia

jueves, 2 de mayo de 2013

ACERCA DE LA TRAVESTIZACIÓN DE ALGUNAS PALABRAS


    Como en el rapto de las Sabinas, el lunfardo entró en el territorio del diccionario para alzarse con un par de palabras, a las que, paradójicamente, las hizo suyas después de haberles masculinizado el artículo. Se trata de unas pocas voces que fueron sacadas del “barrio norte” del diccionario de la Real Academia para ser llevadas al suburbio.
Es así como la rana, con el significado de astuto, avispado, sagaz y vivaracho, pasó a ser el rana; la gallina el gallina, con la acepción de cobarde, pusilánime, miedoso; y la chinche el chinche, designando así al de mal carácter, al cabrero, al que se enoja o irrita fácilmente.
Cuando se trata de alguien a quien consideramos listo, vivo, rápido y despabilado, o que se muestra dispuesto a prestar compañía y hacerle pata al otro, decimos que es un pierna.
El careta, y ya no la careta, es el individuo desvergonzado, caradura, atrevido, descarado, facha tosta o cara de piedra.
Y así algunas otras por el estilo: la púa y el púa (astuto, avispado); la chaucha y el chaucha (tonto) ; la tuerca y el tuerca (aficionado al automovilismo); la campana y el campana, que es el que vigila mientras otro roba y, por último, la papa y el papa frita (tonto, ingenuo) .
Palabras que, como las cautivas en tiempos de los malones, ya no podrán regresar a sus páginas de origen. Con sus cambios de significado y de género, sus antiguas vecinas ya no las reconocerían y de hacerlo, serían rechazadas, discriminadas, mal vistas.

"Niño bien" - Tango - Orq. Francisco Canaro - Canta Tita Merello
Letra de Víctor Soliño y Roberto Fontaina - Música Juan Antonio Collazo