¡Y lo fue! Este “hermano de raza y de
mudanzas de Alberto Gerchunoff y de Jacobo Fijman”, tan ucraniano como Tatiana
Pavlova y Berta Singerman, completó su metamorfosis porteña precozmente, cuando
a los ocho años comenzó a trabajar en la imprenta de los hermanos Porter, sus
tíos, y en el almacén de al lado lo conoció a Betinoti y a Enrique Banch.
En 1926 escribe su
primer libro de poemas llamado "Versos de una...", cuya autoría
esconde, detrás de la personalidad literaria de Clara Beter, a una joven poeta
y prostituta rusa.
 |
Lo que él llamaba su "pianito de escribir" |
Me entrego a todos, mas no soy de nadie;
para ganarme el pan vendo mi cuerpo
¿Qué he de vender para guardar intactos
mi corazón, mis penas y mis sueños?
…………………………………………..
El libro fue publicado en la colección “Los Nuevos” de
la editorial Claridad, llegando a venderse unos cien mil ejemplares, cifra sorprendente para aquellos años.
Hubo escritores que llegaron a enamorarse de la “desconocida” Clara Beter; otros que intentaron vanamente llegar a dar con ella; y todos con el secreto deseo de redimirla. Roberto Arlt hasta llegó a proponer que se le instalara un prostíbulo y, con lo recaudado, se instituyera un premio literario para autores nacionales.
Una vez develado el secreto; cuando se supo quién era en realidad el autor de esos poemas, la broma literaria no fue del agrado de Elías Castelnuovo, que lo había prologado, diciendo que “la tal prostituta había resultado un prostituto".
“Y el prostituto era yo”, nos decía Tiempo, riéndose.
Después, con los años, y no muchos, Israel Zeitlin, aquel joven alegre, en cuya cabeza bullían los versos de una mujer triste, pensando, seguramente, que eso era mucho menos nocivo que ser un joven triste que pierde la cabeza por una mujer alegre, se despidió de Clara Beter y pasó a ser César Tiempo para siempre.
Un Tiempo que, en 1930, con su Libro para la Pausa del Sábado, ganó el Primer Premio Municipal de Poesía y nos mostró el camino hacia el huerto imaginario de la descansada Vida, en el que, al menos por un día, se puede conversar mano a mano con el Hacedor.
Desde entonces, su presencia no ha sido la de un poeta ornamental que se pavonea como un compadre en el pórtico de la Literatura.
Con su humor, con su ironía sin maldad, con su ternura y su tristeza, ha sido siempre un hombre ajeno a las conveniencias inmediatas o de superficie.
Fue un auténtico poeta y punto.
Su poesía es la que parte de una realidad concreta: la de la injusticia y la de los hombres que padecen.
En 1937, cuando Aníbal Troilo debutaba con su orquesta en el Marabú, al día siguiente de haber pegado yo mi primer berrido, nuestro amigo festejaba el Premio Nacional de Teatro que acababa de recibir por su obra Pan Criollo.
Otros días y otras voces. Se dio el lujo de estrenar con Camila Quiroga, Enrique Muiño, Elías Alippi, Luis Arata, Raúl Rossi, Luis Sandrini, Pierina Dealessi y otros grandes.
Todo lo
realizó con ejemplar oficio, sin más bagajes que el talento y una máquina de escribir: poesía, ensayos, teatro, guiones cinematográficos,
periodismo. Siempre de buen talante y con un particular sentido de la amistad.
Suma de virtudes que lo hizo querido y admirado entre sus pares. O, para
decirlo, en rigor, de otra forma y sin
pretensión de promocionar calentador alguno, fue primus inter pares.
Cuando tuvo que elogiar, fuese al barbado o al
imberbe con birome en ristre, en cada caso procedió siempre con abierta generosidad.
Alguien dijo que nació para elogiar, para rendir ofrenda. Y era cierto. Fue
pródigo en prólogos.
Probablemente su amor a la cultura lo instaba a ello. En
él el ejercicio de la escritura no fue un pretexto de la vanidad, una variante
del orgullo, sino otra forma de reconocerse entre los demás.
Colaboró con los grupos de Boedo y
Florida y supo dar acendrado lirismo a la temática judaica, por entonces
inédita en la poesía argentina. Ironía, casticidad idiomática, neologismos
sorprendentes y un atinado humor, que revierten el patetismo de una poesía
violentada por el dolor y la evocación nostálgica.
Podía hablar, sin Google por
medio, que por otra parte entonces no existía, tanto sobre El cantar de los
Cantares como de “La crencha engrasa”.
En Los Catorce con el Tango formó dupla autoral con Enrique Delfino y nos dejó su tango “Como nadie”.
Se la pudo piyar y no lo hizo. No era nada solemne. Solía decir que la solemnidad es el paraguas de los
engrupidos.
Alguna vez, cuando alguien confundió su nombre con el de su amigo César Bruto (Carlos Warnes), aclarando el error se limitó a decir: - La diferencia está en que el tiempo pasa y los brutos quedan.
Su voz, pausada y segura, era de una gravedad cálida. Su talento y sentido del humor, inagotables.
 |
En casa de César Tiempo (Rosario 563) - Año 1971 - Con él y su hija Blanca, (compañera de estudios) |
Nos conocimos en la Academia Porteña del Lunfardo,
cuando funcionaba en Rodriguez Peña 80, sede del Círculo de la Prensa, donde en
un tabuco del primer piso, atendía quien fuera peluquero de Gardel. Verlo
llegar a Tiempo y escucharlo hablar era una fiesta (y aquí cabe aclarar que me
estoy refiriendo a César y no al peluquero). Eso ocurría los primeros sábados
de cada mes, que eran también 'sábados plenos', tan plenos como su poemario.
Durante casi veinte años ininterrumpidos fui su
cofrade y, para decirlo con una palabra que era muy suya, me honró con su filadélfica amistad.
"Autobiografía" - en la voz de César Tiempo
(Click en el triángulo de play)