Monumento a José Betinotti en el Cementerio de la Chacarita |
Muchas veces, el límite entre la realidad y la leyenda se nos desdibuja. Y eso ocurrió cuando nos dijeron que en el mismo momento en que José Betinotti moría, una cuerda de su guitarra se cortó en forma inesperada.
Pero fue así.

- Aquella madrugada, cerca de las cinco, Pepe vino con un fuerte dolor de cabeza y se durmió con sueño intranquilo, quejumbroso. A la mañana, cuando le dejé para atender mi tarea en el taller, parecía calmado; pero, a la tarde me llamaron con urgencia. “¡Ataque cerebral!” - sollozó mi cuñada Ángela, al comunicarme el diagnóstico médico. Ella y yo, los hermanos de Pepe: Juan, Ernesto y Enrique, y el payador Ambrosio Río, velamos su agonía aquella noche interminable. Al día siguiente llegó su madre y tuvo que retirarse, indispuesta y con la pena de que Pepe no la reconociera. Anocheció de nuevo, sin esperanzas... Uno de sus hermanos, que procuraba contarle el pulso, se irguió de pronto, diciéndome: “¡Coraje, María!”... Y en el mismo instante sentimos una leve queja, metálica, vibrante, larga... Al rato, después de tranquilizarnos, Río, con seguro instinto de músico y poeta, abrió la caja de la guitarra, de esa guitarra de la cual alguna vez sentí celos, y nos la mostró en silencio: a la altura de la boca, siempre abierta en asombro, siempre dispuesta a cantar, la prima se había cortado...
Y así fue como la guitarra del último payador lloró su muerte.
"Pobre mi madre querida", por José Betinotti
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