Buenos Aires, 7 de octubre de 2002
Palabras pronunciadas por
Luis Alposta en la…
Entrega del premio “JULIÁN DE
ALMAGRO”
al maestro Don ARIEL RAMÍREZ
Sr. Presidente del Rotary Club de Almagro
Sr. Director de la “Escuela de la Joya”
Sr. Eduardo Falú
Señoras y Señores
Una serie de circunstancias singularmente propicias, me allanan esta noche
el muy grato y honroso encargo de hablar en este acto.
Hoy el Rotary Club del barrio
de Almagro celebra sesión pública para homenajear a un preclaro vecino, y debemos
considerar como signo feliz para la Institución y el barrio, que el homenajeado
sea el maestro Ariel Ramírez.
Singular y noble personalidad,
y honor de nuestro país en los mayores centros de cultura y escenarios del mundo.
Hablar de su obra sería redundar en lo ya tantas veces dicho. Pero el hacerlo es
algo que se impone.
Con una entrega total de su
vida al arte musical, este eximio pianista y compositor, de delicada y rigurosa
formación técnica, admirable por su versatilidad, es alguien a quien el conjunto
de su obra creadora lo perfila como uno de los talentos que con razón y justicia
ha sido llamado a figurar entre los grandes.
Fue en una escuela de Gálvez,
donde su padre era director, que nuestro homenajeado, a los cuatro años, vio por
primera vez un piano. Poner sus manos en el teclado selló su destino.
El amor por este instrumento,
que comenzó como una atracción instintiva, llegó a convertirse en él en una pasión
única y permanente. Ha sido en el piano donde conoció la Música, y ha sido también
en el piano donde habría de nacer después su propia música. Al conocimiento de los
secretos de la creación popular, de sus estructuras rítmicas y el espíritu de su
lenguaje melódico, supo sumarle el invalorable apoyo del estudio académico. Sabedor
de que la intuicíón tiene un límite, comenzó sus estudios en Santa Fe con Angélica
Velarde y, posteriormente, ya en Buenos Aires, inició sus estudios de armonía con
el maestro Luis Gianneo. En esa época compuso “La Tristecita”, su primera obra conocida
y reconocida. Amante de Bartok y de Brahms, habría de perfeccionar luego sus estudios
con Edwin Leuchter, un genio de la enseñanza. Un tiempo feliz, de dedicación y aprendizaje,
que habrían de serle de mucha utilidad años después, al componer la “Misa Criolla”,
“Los Caudillos”, y otras obras.
Se ha dicho, y es bueno repetirlo,
que en Ariel Ramírez se resumen las cualidades de un artista que, fiel a las raíces
y valores culturales de su pueblo, conformó una trayectoria creativa que le permitió
trascender el ámbito de su país de origen, y convertirse en un músico y compositor
de indudable reconocimiento universal.
Buscando familiarizarse con
las formas musicales del pueblo, su vocación folklórica le llevó tempranamente a
realizar numerosos viajes por territorio argentino y americano. Viajes de difusión
y a la vez de estudio de rítmos autóctonos, en los que registró vivencias sonoras
de cantores e instrumentistas criollos.
Ya en plena madurez artística
y demostrando una verdadera juventud creadora, que aun conserva, fue autor de obras
de reconocido mérito, llamadas todas a perdurar. Tales como, la mencionada cantata
“Los Caudillos”; “Folklore para el nuevo tiempo”; “Mujeres Argentinas” ; “Navidad
Nuestra”; “Cantata Sudamericana”; y varias canciones que han recibido la admiración
de los mas diversos públicos, como “La Peregrinación”; “Indio Toba” y, tal vez la
más difundida, “Alfonsina y el mar”.
Pero, el mayor éxito a nivel
mundial habría de lograrlo en 1964 con la “Misa Criolla”, interpretada y grabada
por el propio Ramírez con Los Fronterizos, Jaime Torres, Domingo Cura, y la Cantoría
de la Basílica del Socorro, dirigida por el Padre Segade. A partir de ese momento
se tuvo la sensación de estar frente a una obra destinada a tener trascendencia,
aunque nadie pudo prever la dimensión que habría de adquirir. Esta creación musical,
es un notable conjunto de inspiradas melodías originales de su autor, basadas en
ritmos regionales de la tradición musical argentina e hispanoamericana. Esta obra
marcó la irrupción en el mundo, de la música litúrgica argentina, y lo hizo con
un nivel artístico que le permitió ser admirada y amada por públicos de innumerables
países.
A partir del Concilio Vaticano II la Iglesia Católica comenzó a realizar
los oficios religiosos en el idioma del lugar, abandonando el Latín, y la “Misa
Criolla” fue la primera, en español, que adoptó este nuevo criterio.
Como intérprete, Ariel Ramírez
ha grabado alrededor de cuarenta discos, y suman unas cuatrocientas las composiciones
que responden a su autoría; también incursionó en la cinematografía al producir
bandas sonoras para destacados cineastas argentinos.
Al referirme a su versatilidad,
lo hice pensando no sólo en los temas folklóricos por él interpretados, sino también
en una serie de tangos memorables que llevó al disco, entre los que recuerdo particularmente
“El 13” de
Spátola, uno de los tangos preferidos de Arturo Rubinstein.
Creador infatigable, con plena
conciencia de los pasos dados en la trayectoria de nuestro folklore, Ariel Ramírez
no ha buscado nunca el éxito fácil. De ahí , que el resultado de su obra esté encuadrado
dentro de un único pensamiento: llegar al público sin más recurso que el de la verdad.
Reconocido, homenajeado y premiado
en grandes centros de cultura del mundo, hoy es el barrio de Almagro, el barrio
de Bettinotti, el que lo agasaja y el que se honra de contarlo entre sus ilustres
vecinos.
Maestro:
Don Manuel de Falla alguna vez le dijo que cuanto
más nacional fuese su música más universal sería.
Y no se equivocó.
"La tristecita" - zamba - Letra: María Elena Espiro - Música: Ariel Ramírez
Nos cuenta su autor:
-Recuerdo LA TRISTECITA, primera zamba que
compuse allá por 1945 en Tucumán. Yo era un necesitado, no tenía ni cinco.
Había decidido conocer el resto del país, porque necesitaba acercarme a todo
ese universo musical que desde mi natal Santa Fe no se podía aprender. Por
entonces vivía, invitado por la familia Mothe, en una casona que está a las
afueras de Simoca, era una construcción bellísima, rodeada de jardines, en
medio de los cañaverales. Me gustaba caminar por allí sólo pensando... De
pronto, oí que me llamaban, eran las cinco de la tarde y ellos tenían el hábito
de tomar el té, siempre a esa hora. La mesa estaba tendida, pero aún no había
nadie; era costumbre esperar para disfrutar de la compañía. Y entonces fuí
directamente al piano, me senté y toqué por primera vez una zamba completa,
como si la hubiese sabido por años. La dueña de casa que estaba escuchándome
comentó: "¡Qué zamba más tristecita! ¿Cómo se llama?". Le respondi
que se llamaba 'La tristecita' y durante ese día creo haberla repetido unas doscientas
veces.; tal era mi entusiasmo y asombro. Mi primera esposa, María Elena Espiro,
le puso luego una hermosa letra.