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Dr. Antonio Pérez Prado |
Si bien
el autorretrato se
define como un retrato hecho de la misma persona que lo pinta,
Antonio Pérez Prado se autorretrató a los 77 años, pero no recurriendo al óleo,
sino escribiendo y dejándonos esta página en la que, con humor, se pinta de cuerpo entero:
Yo no nací en
Galicia, pero todos me dicen "gallego". No sé si
tengo las virtudes, pero los defectos los tengo todos. Soy sentimentalón,
imaginativo, me gustan mucho las chicas.
Mis padres eran de Lugo.
Mi padre vino al país en 1910, cuando
tenía 15 años.
Aquí conoció a mi madre, que era
anarquista. Mi padre, un conservador férreo. Se adoraban. Había que golpear la
puerta antes de entrar al cuarto; si no, te los encontrabas chapando.
Vivíamos
en el pasaje Bollini, donde crecí convencido de una extraña creencia.
El barrio estaba lleno de italianos, y
como mi madre me había dicho que un gallego valía por cinco italianos, yo nunca
me peleaba con uno solo: buscaba cuatro o cinco, y el resultado era que
terminaba mormoso.
Un día, después de haber hecho el
servicio militar, subí a un barco y me fui a Nueva York.
Emigré en el ’50, cuando nadie se iba de
acá. Me dije entonces: "Ahora me toca a mí lo que les tocó a mis
padres". Allá fui cronista de boxeo; cuando vino la Guerra de Corea me alisté,
porque hacías 14 semanas de entrenamiento, comías como loco y al final te
declarabas objetor de conciencia. Hice eso, comí como una chinche preñada y
después chau. Fui obrero, y cuando había que parar para comer, yo me compraba
un pancho y leía a Shakespeare.
Regresé a la Argentina , donde
conseguí trabajo como traductor en el instituto de neurocirugía. Por la ventana
de mi oficina se veía un edificio enorme. Era la Facultad de Medicina. Y
me puse a estudiar medicina en los ratos libres.
Mal no me fue. Gané becas en Inglaterra
y en Holanda, y me hice hematólogo reconocido.
Ahora
soy médico jubilado, y pobre. Estuve en hospitales y en el Centro Gallego.
Nunca hice actividad privada.
Yo, si
he tenido una impronta... ha sido la de mi madre. Si mi galleguidad tiene un
sello, ha sido el de ella. Puedo cantar horas de canciones gallegas. Todas me
las cantaba mi mamá, y contaban la misma historia. Que el cura embarazaba a la
criada y nacían los niños con cara de cura.
Mi madre
bailaba muy bien, la muñeira, la molinera. Y ya cuando estaba grande, después
de comer en casa de amigos, decía: "Quiero pagar la comida". Se
levantaba y bailaba. Y era tan patético saber que se estaba muriendo y
bailaba... como hacían los campesinos pobres.
Siempre
andaba cantando mi madre. Chirimbí, chirimbai.
Y Antonio, médico y querido amigo, que nos dejara el 7 de
septiembre de 2009, cantaba con voz de niño. Como si no se acabara nunca. Como
si todos, todavía, estuvieran cantando la misma canción.
Los
vínculos de sangre y simpatía entre argentinos y gallegos están ampliamente
documentados en su obra. Autor del libro Los
gallegos y Buenos Aires, en el que puso todo su empeño en demostrarnos
empíricamente, sin desdeñar recursos como la ficción y el humor, la tesis
irrefutable del galleguismo que anida entre nosotros. Una obra que ha sido su
orgullo y el de toda la galleguidad.
En
sus últimos años Antonio ha sido, fundamentalmente, el honorable gallego.
El
que cantaba Chirimbí chirimbai y se
le iluminaba el rostro.
Defensor
a ultranza del subjuntivo y de la Ñ, informáticamente maltratada.
Antonio fue un conversador nato. Expresivo y expansivo, de
una ironía cautivante por la temeridad para desconcertar al interlocutor más
prevenido. Culto y alternante en sus efusiones coloquiales, entre el aire
filoso con el cual fundamentaba sus convicciones y un refinado sentido del
humor.
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Antonio Pérez Prado |
Fue
un médico abierto a todas las dimensiones de la cultura, que supo combinar la
pasión por la investigación científica, el arte de la medicina, su inclaudicable
galleguismo y el cultivo de las humanidades. Alguien que, entre tantas de sus
habilidades, talentos y obsesiones, fue además de prestigioso hematólogo,
periodista, cinéfilo y escritor.
Autor
de memorables libros tales como ¿Qué es
la sangre?, en el que se explaya con probidad científica, espíritu
humanístico y amenidad. Un libro que, ya desde el borrador, tuvo su lugar
reservado en los planes de la Editorial Columba. “Argentinos en la ciencia”, en
el que entrevista a seis científicos argentinos sobre las distintas disciplinas
cultivadas por ellos: Astronomía, Geología, Física Nuclear, Química Orgánica,
Biología y Matemática. Y “Los gallegos en la Argentina ”, su obra más
conocida.
Colaborador
del Suplemento dominical Cultura del diario "La Nación ", recordemos,
también, que fue el guionista del documental “Castelao” (Biografía de un
ilustre gallego), film realizado en 1980 por el director argentino Jorge
Prelorán, uno de los mayores documentalistas de América Latina, en cuya casa,
en compañía de Rafael Jijena Sánchez, tuve el privilegio de verla antes de su
estreno oficial.
En
abril de 1993, el profesor Xesús Alonso Montero, de la Universidad de
Santiago de Compostela, organizó un Primer Congreso de Poetas Alófonos en
lengua Gallega. Es decir, de poetas que usaron el idioma gallego sin tenerlo como
lengua materna. Y el ejemplo clásico es Federico García Lorca, quien nos dejó
seis magníficos Poemas Galegos impresos en 1935.

No
tuvo suerte con aquellas lenguas indoamericanas, pero salió del brete con
respecto al lunfardo. Tal vez, el saber de mi amor por Santiago de Compostela,
de mi amistad con Otero Pedrayo y de mis visitas a la casa de Rosalía de Castro,
en la que alguna vez ayudé en la poda del parral, fue lo que lo llevó a Pérez
Prado a pensar en mí.
Y gracias a él, el resultado fue “Lorca en lunfardo”, libro que me prologó y que, posteriormente, publicó Manuel Pampín (para variar, también de Galicia) -Ed. Corregidor- en 1996.
Porteño
incorregible y gallego hasta el tuétano, Antonio Pérez Prado honró su cuna, su profesión y fue, sencillamente, un fuera de serie.
Un
entrañable y querido amigo.
"Piove en San Telmo" (inspirado en "Madrigal á cibdá de Santiago" de García Lorca)