miércoles, 8 de junio de 2022

ACERCA DE EDMUNDO RIVERO

         (8 de junio de 1911 – 18 de enero de 1986)


    Siempre festejaré la feliz circunstancia que me ha acercado a su persona. 

        Fue en 1968, en una comida presidida de oficio por el inefable Barquina, con el fondo tanguero de la orquesta de José Basso. Después, no hubo de pasar mucho tiempo para que pudiese comprobar que hasta los lugares comunes de la amistad eran, en él, algo común: a carta cabal, sin dobleces, sin renuncios, de las que no se empardan.

        Pero hablemos del cantor.
          Fácil me es ahora, sintetizar en estas líneas el valor de su obra, con sólo recordar que la verdadera clave de su vida ha consistido siempre en una auténtica vocación. Una vocación de amor hacia la música y el canto. Y para felicidad de todos nosotros, de un canto que ya nos pertenece por habernos ganado el corazón.
         Proveniente de una familia en la que viola y canción iban de mano en mano y de boca en boca con la naturalidad de un mate, Edmundo Rivero aprendió los primeros tonos en la guitarra junto a su tío Alberto, iniciando más tarde sus estudios formales en el Conservatorio Nacional con el maestro Urizar.
         De ahí en más, se fue gestando en él un estilo rigurosamente personal, siendo su voz la de un hombre que amaba y sentía a Buenos Aires, y la de alguien que ha sabido llegar a ser portaestandarte de su ciudad y de su tiempo.
         El hecho de apuntar hacia un registro de bajo, no le impidió a Rivero cumplir con el servicio militar como granadero, como así tampoco, incorporarse a la orquesta de los hermanos De Caro, en 1935, y luego a la de Humberto Canaro y a la de Horacio Salgán, hasta llegar a la de Aníbal Troilo en 1947, con la que habría de darse una de las más felices coyunturas musicales de la década del cuarenta.
         Desde entonces, la amistad entre Pichuco y Rivero fue inquebrantable y se nutrió siempre del respeto mutuo, entre largas horas de ensayos y trabajos compartidos.

        En 1950, después de aquel “¡Buena suerte Gaucho!”, el debutar como solista en Radio Belgrano y la libertad de cantar lo que quisiera lo llevarían definitivamente a la experiencia del éxito continuo. Un éxito que, para afirmarse, no necesitó nunca de las consabidas banderolas publicitarias.
        Pero, lo que más quiero resaltar, es que en la personalidad de Edmundo Rivero convivían armoniosamente no sólo el cantor con dimensión de músico e intérprete, sino también el inspirado compositor y letrista. Temas como “Malón de ausencia”; “No, mi amor”; “Quién sino tú”; “Yo soy el mismo”; “La toalla mojada” y muchísimos más, que integran ya, como él, la nómina de los llamados a perdurar.
        Otro hecho importante y digno también de ser destacado, es que desde los lejanos días de “El ciruja”, de “Audacia” y de “Margot”, Rivero nunca dejó de incluir composiciones lunfardas en su repertorio. Él ha sido, sin lugar a dudas, quien más ha contribuido a la difusión de la poesía lunfardesca, yendo de nuestros queridos clásicos a los poetas noveles, en un afán de búsqueda y de renovación permanente.
        La voz de Rivero marcó un hito en la música porteña, que hasta él había sido cultivada sólo por tenores y barítonos. Su timbre profundo y personal, que lo individualizaba sin posibilidad de error indujo un cambio en el gusto del público y en la forma de apreciar la música tanguera que no hizo sino enriquecerla.

        Como intérprete, su forma de traducir los matices expresivos de las letras, fue también un rasgo que lo diferenció de los demás cantores. “Me importa interpretar los textos”, decía, y esta afirmación implicaba que su arte no sólo consistía en cantar un texto sino en darle a cada una de las palabras de éste un sentido cabal, ligando íntimamente la expresividad del lenguaje y la del sonido. No por nada varios poetas han escrito temas especialmente para él; entre otros, Homero Manzi y Discépolo: “Sur”, “El último organito”, “Ché, bandoneón”, el primero, y “Cafetín de Buenos Aires” y “Fangal”, el segundo.
        Más de un crítico ha coincidido en que la aparición de la figura de Rivero tuvo gran influencia en el tango, tanto con respecto al canto como a las letras, pues no sólo le abrió el camino a bajos y barítonos con tendencia a bajos, sino que también propició una identificación de la literatura tanguera con sus fuentes y sus cauces auténticos. Por otra parte, su capacidad de alternar, con idéntico acierto, el tango más lunfa y compadre con la canción más delicada y de interpretar con virtuosismo los más difíciles solos de guitarra, es una prueba más de que, por encima del género que abordara Rivero era un artista notable, uno de los más grandes y completos que ha dado nuestro arte popular.

   

"SUR" - Tango - Letra: Homero Manzi - Música: Aníbal Troilo - Orquesta: A. Troilo
Canta Edmundo Rivero

  "BONJOUR MAMÁ" - de Alberto Mastra - Canta Edmundo Rivero

"POEMA NÚMERO CERO"