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Ed.
Corregidor, Buenos Aires,
1998. Con prólogo de Arturo Berenguer Carisomo |
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Leí por primera
vez el Martín Fierro en cuarto grado. Después, fueron siempre lecturas
parciales, fragmentadas, que generalmente no pasaban de “la payada” o “los
consejos”. Pero ha sido en una relectura de todo el libro, efectuada en una
tarde y de un tirón, que a partir del canto siete de La Ida
(la muerte del Negro) se me impuso el tema de “la culpa” en Martín Fierro.
Después de
aquella lectura no vi en el protagonista más que un modo personal de revivir esa muerte, que es
donde se tendrá que buscar el origen de su drama. Pasó a importarme su dolor,
su tristeza, su individualidad, su intransferible manera de cargar su cruz
después haberse desgraciado.
La de Martín
Fierro es una culpa paradigmática, y tal vez en ella resida su universalidad.
Es una culpa que no habrá de abandonarlo: “la sangre que se redama no se olvida hasta la muerte.” / “Sombras y bultos que se
menean”...
Y ahora una curiosidad: escuchémoslo cantar a Jorge Luis Borges, tras recordar
en una de sus conferencias un pasaje del Martín Fierro que viene a cuento.
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