Así como
los bisontes de Altamira nos reflejan el mundo paleolítico y los afiches de Tolouse-Lautrec
nos llevan al París del Can-Can, las telas de José María Mieravilla (13 / 4 / 1920 - 26 / 12 / 2002) nos devuelven el paisaje
del barrio y del suburbio que se nos piantó hace tiempo con el último carro. El suyo fue el lenguaje espontáneo de la pintura ingenua,
popular, directa pero siempre magistral, desentendida de todo código estético elaborado.
Sin dejarse tentar por cantos de vanguardia, llevó el barrio, lo cotidiano y lo
cotidiano del barrio a sus telas. Mieravilla pintaba sintiendo lo que veía, haciéndonos
ver lo que sentía.
Su
obra no es más que el fiel reflejo de una interioridad asentada en el ejercicio de la creación constante y es, también, la que le ha permitido incorporarse a la
historia de nuestra pintura sin plegarse a concesión alguna.
Es
sabido que el arte, la más necesaria de las cosas innecesarias, nos ofrece la aventura
de hallar belleza donde el hombre común no la encuentra. Y la pintura de José María
Mieravilla, que parece brotar del campo anímico de la inocencia y la sencillez,
le ha sabido robar al olvido el ocre de una nostalgia que nos pertenece, devolviéndonos
esa prístina sensación que muchas veces añoramos sin saberlo.
"Barrio viejo" - tango - Letra: Eugenio Cárdenas
Música: Guillermo Barbieri - Canta: Carlos Gardel