jueves, 8 de octubre de 2015

CUANDO EL TANGO LLEGA A LOS RECETARIOS

              ”Con el Corazón en el Tango” -  Guía para prevenir enfermedades cardíacas bailando el tango – del Dr. Roberto M. Peidro, director del Centro de Vida de la Fundación Favaloro, y el Dr. Ricardo Comasco. Prólogo del Dr. Luis Alposta- Editorial Guadal. Buenos Aires, marzo de 2007. 

            PRÓLOGO:
                                   
             
Hechicero de Cro-Magnon
 con su atavío ceremonial
      Los efectos terapéuticos de la danza se remontan a los tiempos prehistóricos, cuando el hechicero de Cro-Magnon invocaba mágicos encantamientos y ejecutaba danzas rituales para ahuyentar a los espíritus del mal que se escondían en el cuerpo del enfermo.
          Miles de años después, antropólogos y fisiólogos desarrollaron más de una teoría en torno a sus orígenes. Teorías que atribuyen al sonido rítmico la puesta en marcha de un reflejo neuromuscular originado en el hipotálamo; o las que argumentan que la danza refleja el ritmo de los procesos biológicos, los latidos del corazón y la respiración.
          Sean cuales fueren los procesos fisiológicos, entre la mayoría de las sociedades primitivas la danza sirvió para expresar la unidad y fuerza de la tribu, así como para constituir un elemento poderoso en los rituales de magia, propiciación e invocación. Las danzas primitivas celebraban acontecimientos importantes, tales como el nacimiento, la pubertad, el cortejo, el casamiento, la enfermedad y la muerte. Tanto se ejecutaban danzas para sanar a los enfermos como para lograr la comunión con espíritus demoníacos o antepasados.
Pitágoras
            Entre los griegos, Pitágoras —llamado “padre de la terapia musical”— fue quien dedujo que la misma música que calmaba los ánimos de un solitario pastorcillo en una lejana isla, llegaba a los límites más extremos de las esferas celestiales. Platón fue quien recomendó que se buscara la salud del cuerpo y de la mente en la música y la gimnasia. 
           Pero ha sido Aristóteles quien atribuyó el efecto benéfico de la música a una “catarsis emocional”, sentando así las bases para la investigación moderna de los efectos que produce la música sobre los instintos y las emociones.
              Dado que el denominador común de toda vida es el movimiento —aun cuando descansamos el corazón sigue latiendo y los pulmones trabajando— la danza, lejos de estar contraindicada, bien puede llegar a actuar como coadyuvante en el tratamiento de determinadas patologías. La respuesta al sonido rítmico a través del movimiento del cuerpo es una característica básica que se encuentra en todos los hombres. 
             La música y la danza, si bien no constituyen per se medicamentos capaces de curar, cuando se combinan con la psicoterapia y otros métodos terapéuticos pueden llegar a representar valiosos agentes capaces de apoyar y acelerar el proceso de curación.
             Ambas, en general, pueden llegar a liberar al paciente de tensiones emocionales o mentales motivadas por preocupaciones o disgustos, teniendo en cuenta que, el mayor valor de la danza, en determinados casos, reside en su ilimitado potencial como agente “resocializador”.
           
             En la página 12 del diario “La Razón” del 13 de noviembre de 1913, se hace referencia a un curioso informe de la Academia de Medicina de Francia, que dice: «Desde el punto de vista de la educación física esta danza (el tango) tiene sobre todas las otras creadas desde veinte años a esta parte, la ventaja de hacer trabajar más el cuerpo y los brazos, forzando las flexiones y las extensiones alternativas de la musculatura de la región lateral del torso, las extensiones de los músculos de la región anterior del pecho con fuerte proyección de los hombros hacia atrás, las extensiones de los grupos lumbares y abdominales laterales...», etc. 
             El comentario concluía así: «De modo, pues, que en adelante, los médicos franceses prescribirán a los niños débiles para alternar con los baños de mar, tangos a toda hora.»

            Muy lejos están estas observaciones (y conclusiones) de las que publicara en un periódico parisino el escritor y periodista francés Maurice Dekobra (1885 – 1973), autor del libro “Mon cour au ralenti”, quien combatió al baile del tango diciendo que: «... arruga el cutis y envejece. La preocupación de dar un paso contrae las facciones; una arruga se forma en la frente, entre los ojos, y la “pata de gallo” se diseña en cada movimiento. El despecho, cuando no se ha avanzado el pie al compás, marca un pliegue de amargura en los costados de la boca, que no se borra muy fácilmente.» El cuello, según Dekobra, tampoco se libra de los “desastres” del tango: «... al dar vuelta la cabeza demasiado a menudo, el collar de Venus vuélvese un horrible surco.» (“La Razón", Buenos Aires, febrero de 1914)

          Creo conveniente recordar ahora que antes de captar pacientes, entre nosotros, el tango y su expresión bailable estrecharon vínculos con médicos y practicantes de medicina. Hablar de ello nos remite al tiempo de “Los bailes del Internado” , cuya historia resumo:
El 21 de septiembre de 1914, los estudiantes de medicina porteños, coincidiendo con la reciente reglamentación del Internado, institución equivalente a lo que fue después el practicantado y a lo que actualmente es la residencia hospitalaria, decidieron celebrar su día con un gran baile, el que estuvo animado por los quintetos de Roberto Firpo y de “Pirincho” Canaro. El primer escenario fue el Palais de Glace; los primeros tangos El Apronte y Matasano, este último dedicado a los internos del Hospital Durand.
Estos bailes se realizaron en forma ininterrumpida durante once años, inspirando cada uno de ellos tangos memorables: Clínicas, Rawson, Muñiz, El anatomista, El Internado, El galeno, El cirujano, Bicarbonato, Sal Inglesa, Amoníaco, Bicloruro, Sulfato de soda, Cloroformo, La muela careada, La fractura, Pulmonía doble y Cuidado con los rayos X, entre otros muchos títulos.
 El último de esos bailes, el undécimo, tuvo lugar en 1924. 
 Fue cuando Osvaldo Fresedo, en el Teatro Victoria, le dedicó a los estudiantes su tango El Once. 
Aquella fue una época en la que siempre se encontraban motivos para componer música, y la ciudad entera era canto. Una época que nos muestra lo frecuente que era entonces, entre los músicos, dedicar tangos a los médicos como testimonio de gratitud y amistad. Y no sólo a los doctores, sino también a todo lo relacionado con la profesión médica. ¡Si hasta El termómetro tuvo su tango!

 Por otra parte, el baile del tango ha demostrado, además, ser un buen aliado en la prevención de ciertas afecciones cardiovasculares. El corazón, que antes pertenecía al dominio exclusivo de los enamorados y poetas, ha pasado a ser preocupación de la mayor importancia científica en el campo de la medicina; el alfa y el omega de la vida, que comienza a latir cuando el embrión tiene sólo tres semanas y no cesa de pulsar hasta su muerte.

       ¡El corazón! El más cantado de los órganos del cuerpo humano.
       ¡El corazón! Cuyos vínculos con el espíritu persisten no solo en la literatura universal, sino también en las letras de muchos tangos. En las obras de Shakespeare existen infinidad de alusiones a este órgano; la palabra corazón figura en los títulos de 583 tangos (según me informa Omar Granelli).
      Y baste ahora con recordar solo tres: “Corazoncito”, “Corazón de papel” y “Corazón no le hagas caso”.

          Pero aquí se trata de “El tango y la salud del corazón”. Un libro que firman los doctores Roberto Peidro, Jefe de Prevención y Rehabilitación Cardiovascular de la Fundación Favaloro, y Ricardo Comasco. Un libro que tengo el honor de prologar.

          Es éste un trabajo de investigación realizado con voluntarios sanos, todos ellos bailarines, que nos revela que bailar el tango ayuda a disminuir la presión arterial y a prevenir la aparición de enfermedades cardíacas. En él se determina, además, que “el consumo de oxígeno, la frecuencia cardíaca y la cantidad de aire movilizado por minuto durante el baile, con pequeñas variantes entre el tango y la milonga, se incrementaron sin llegar a superar el 75% de los valores obtenidos en el ejercicio máximo.” 
          En estas páginas se transcriben las conclusiones del trabajo realizado por la Dra. Patricia Mc Kinley, ya mencionado; se vuelcan las experiencias y “horas de milonga” de Héctor Mayoral y Elsa María Borquez y se incluye un plan de alimentación saludable desarrollado por nutricionistas de la Fundación Favaloro. 

          El tango-danza, como terapia, que ha demostrado actuar mejorando la tolerancia al ejercicio y la calidad de vida, ha llegado a los recetarios.

         Los que aun no se han enterado y lo siguen bailando con apasionamiento en los clubes de barrio y en las academias, nos recuerdan a un personaje de Moliere: están haciendo terapia, y en algunos casos, rehabilitación, sin saberlo.


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"Cantemos corazón" - tango - Letra: Reinaldo Yiso - Música: Enrique Alessio
Orq. de Argentino Galván - Canta: Jorge Casal