Se llamaba Francisco Antonio Loiácono (Bs. As. 15 de abril 1910 - Bs. As. 19 de enero 1974); nacido para la amistad y para la noche.
De baja estatura y más bien grueso. Tenía dos lunares en su pómulo derecho y hablaba
de cotelete, en un tono entre confidencial
y cheronca. Siempre de traje a medida
y camisa de seda con monograma. Todos lo conocían por Barquina, apócope de Barquinazo,
nombre que le puso el Malevo Muñoz después
de haberlo visto caminar. Eso fue en Crítica,
donde debutó como ascensorista y a los diez días ya era el secretario de Ulyses Petit de Murat y el hombre de confianza del Trompa (Natalio Botana).
Fue alguien que se
inventó a sí mismo. Devino en cronista policial pero siguió siendo esencialmente
Barquina. Generó anécdotas y palabras
que no tardaron en crearle una leyenda y la leyenda un mito en torno a la noche
porteña y su persona.
Entre sus amigos
figuraba Rafael Alberti.
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Barquina y Troilo en Caño 14 |
En su fiesta de casamiento tocaron siete de las orquestas
más importantes de Buenos Aires.
Cinco presidentes,
infinidad de jueces, ministros, taqueros
de monta, periodistas, artesanos de la retórica, redobloneros y malandras se disputaron su compañía y muchos lo tuvieron
por confidente.
Lo conocí a mediados de la década del sesenta. Fuimos presentados por Ricardo Muñoz y René De Ninis; el encuentro fue en el Club Español. Mis amigos le habían dicho que yo escribía “poemas lunfardos”. Barquina, a poco de sentarnos a la mesa, me chequeó a su manera:
-Tordo, me alcanza el comarro. Le alcancé la panera y dijo: -Juna el bepi ¡eh!
Lo conocí a mediados de la década del sesenta. Fuimos presentados por Ricardo Muñoz y René De Ninis; el encuentro fue en el Club Español. Mis amigos le habían dicho que yo escribía “poemas lunfardos”. Barquina, a poco de sentarnos a la mesa, me chequeó a su manera:
-Tordo, me alcanza el comarro. Le alcancé la panera y dijo: -Juna el bepi ¡eh!
A partir de ahí
lo sentí amigo.
Fue un tiempo en
que solíamos reunirnos y cenar juntos al menos una vez por semana.
La amistad era una
de sus pasiones. Yo creo que la palabra gomía
la inventó él.
Y aquí paso a referir una anécdota:
Fue en el tradicional restaurante "Gambrinus" de Villa Urquiza, que ya no está.
Cierta noche de 1967 concurrimos a ese lugar Carlos Parache, Ricardo Muñoz, Barquina y yo.
Barquina había estado aquella tarde, como tantas otras, en el hipódromo de Palermo, y, por supuesto, el tema hípico no tardó en ocupar nuestra conversación.
Al recordar una famosa carrera disputada algunos años atrás, el autor del tango “N.P.” nos regaló el siguiente comentario:
-¡Qué manera de sufrir! ¡Con decirles que ni la quise ver! Le di la espalda al pelotón y entré a mirar hacia la tribuna. Sólo me di cuenta de que veníamos ganando cuando vi que el rengo Laurito, en su alegría, se apoyaba en 'la justa' y revoleaba 'la fulera'.
Y algo más:
Barquina fue quien utilizó por primera vez, entre nosotros, la palabra “puentear” con el significado de recurrir a una instancia superior, saltando deliberadamente el orden jerárquico.
Suave aroma
Ulyses Petit de Murat, en un excelente libro titulado La noche de mi ciudad, cuenta la historia del diario Crítica, en la que nos dice que Barquina, en mitad de toda conversación, introducía las palabras "suave aroma". Decía, por ejemplo, "Te van a cobrar, suave aroma, treinta pesos", o "Esa piba debe tener, suave aroma, veinte años".
Nadie, nunca, pudo saber qué quería decir 'suave aroma' (quizás aludía a alguna propaganda de cigarrillos perdida en el tiempo), pero se había incorporado al lenguaje familiar de la redacción del diario.
Por su apodo es recordado por Cátulo Castillo en el tango "A Homero" con música de Aníbal Troilo:
Vamos,
vení de nuevo a las doce...
Vamos,
que está esperando Barquina...
Vamos,
¿No ves que Pepe* esta noche,
no ves que el viejo esta noche
no va a faltar a la cita?...
* José Razzano
"A Homero" - tango de Aníbal Troilo y Cátulo Castillo
Canta Roberto Goyeneche con la orquesta de Aníbal Troilo