En la Roma imperial, en el barrio
de Suburra, habitado por esclavos, prostitutas, gentes de baja estofa y
malandras de todo tipo, se hablaba un latín degenerado que fue calificado con
el gráfico nombre de “sórdida verba”. Esta era también la lengua de los
proletarios, o sea de los ciudadanos muy pobres cuya única contribución al
estado consistía en la prole o hijos para las guerras. Era un habla marginal.
Entre nosotros, el lunfardo parece haber tenido
un ámbito de origen no muy distinto, sobre todo si nos atenemos a la definición
que nos da el Diccionario de la Real Academia Española: Lenguaje de la gente de mal vivir, propio de Buenos Aires y sus
alrededores y que posteriormente se ha extendido entre algunas gentes del
pueblo.
Y ahora, cuando al mismo diccionario se le da
la “real” gana de abrirle cada vez más las puertas al lunfardo, cabe la
siguiente reflexión: si la
Academia aceptara todos los lunfardismos, al reconocérsele
categoría digna estas palabras perderían toda su gracia.
A propósito, un amigo del barrio sostiene que
el lunfardo no existe. Y no existe porque ya no es tabú.
Tabú, me decía, es una palabra polinesia que
tiene dos significados opuestos: el de lo sagrado o consagrado y el de lo
inquietante, peligroso, prohibido, impuro. En polinesio, lo contrario de “tabú”
es “noa”, o sea, lo ordinario, lo que es accesible a todo el mundo. El lunfardo
era tabú y se ha convertido en noa.
Ya no es peligroso, ya no es sagrado, ya no es impuro. Cada vez son más los
gentiles hombres que lo hablan sin siquiera saber que lo hablan.
"Batiendo el justo" de Felipe Fernández "Yacaré"
y "Milonga lunfarda" de Mario Cécere con música de E. Rivero
Canta Edmundo Rivero