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Grabado de José Guadalupe Posada |
Desde aquellos lejanos días en que Jorge
Manrique escribiera “cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte”, es mucho
lo que se ha rimado sobre ella, asociándola, casi siempre, con el inexorable transcurrir
del tiempo.
La muerte del prójimo está indisolublemente
unida a la proyección que cada uno de nosotros tenemos de nuestra propia muerte.
Para el porteño, como para cualquier
hombre, la muerte es un estado y un sentimiento plagado de connotaciones contradictorias.
Para Alfredo Le Pera es la impotencia:
“Quise abrigarla y más
pudo la muerte…”
y también la
acechanza:
“… la muerte agazapada
marcaba su compás.”
Un fatalismo esperanzado para Discépolo:
“¡Dale nomás! / ¡Dale que va! / ¡Que allá en el
horno / nos vamo a encontrar!”
Y el descreimiento en Antonio Podestá:
“Yo quiero morir conmigo
/ sin confesión y sin Dios, /
crucificado en mis penas
/ como abrazado a un rencor.”
Un descreimiento, al que podríamos contraponer,
sino la convicción, al menos el “por si acaso” del Malevo Muñoz en trance de morir.
Cuando le preguntaron a éste si quería recibir al sacerdote, después de pensarlo
un rato, contestó:
-¡Ma sí! Hacelo pasar. ¡Total no cuesta nada tirarse
un lance!
Y ahora, con
respecto al cementerio, recordemos que éste es territorio del muerto y no de la
muerte, dado que la “quinta” no es propiedad de la “ñata” sino del “ñato”.
"Tango de la luna que yira" - Canta el "Tata" Cedrón
Letra de Luis Alposta - Música de "Tata" Cedrón