No ha muerto,
pero respira con dificultad.
Su voz tiembla,
como la llama de una vela.
A veces la encontramos
solo en la pausa de quien no sabe
si todavía vale la pena decir algo.
Su piel se ha vuelto delgada,
traslúcida,
y debajo laten siglos
y nombres
que el olvido amenaza.
Los poetas la llaman,
pero ella suele responder
con palabras que caen
antes de llegar a su boca.
Sigue viva -dicen-,
y tal vez lo esté,
pero ya no canta.
Solo escucha
cómo el mundo la olvida
sin darse cuenta.
Luis Alposta