La fiebre, denominada la
“reina de los síntomas”, según antiguos textos médicos védicos surgía del
enfado del dios Siva.

Febrero es etimológicamente el mes de la fiebre, viene del
latín “februarius”, de “februare” (hacer expiaciones), y estas palabras
provienen, a su vez, de “febris” (fiebre) y de “fervere” (hervir).
Digamos ahora, por asociación con la temperatura corporal en
alza y dejando de lado todo tipo de connotaciones sexuales, que “calentarse” es
preocuparse; “calentura” es enojo, entusiasmo, fervor, y ser un “calentón” es
“engranar” uno por cualquier cosa con facilidad y rapidez. Que “pasar calor” o
“lorca”, o simplemente un “verano”, es pasar vergüenza por el rubor que ésta
provoca en el rostro.
Pero... como solía decir un reo latinista mientras escuchaba
el tango “Fiebre” de Humberto Canaro: - Non
calentarum, largo vivirum.
Y así como todo cuadro febril reclama que se sepan sus
grados, pasemos ahora al termómetro.
La invención del termómetro clínico a principios del siglo
XVII por Sanctorius, profesor de fisiología en la famosa facultad de medicina
de Padua, abrió el camino a un estudio y trazado sistemáticos de la fiebre. Ha
tenido que pasar más de un siglo antes de que algunos médicos hicieran
progresar esa práctica, y tres para que, ya hecho habitual su uso, José
Martínez le dedicase un tango en 1917.
"FIEBRE" - tango de Humberto
Canaro y A. Tagini
Por Orq. de Francisco Canaro - año 1938