Los pedicúlidos -el 87 para
los quinieleros- o simplemente los piojos, son parásitos que se alimentan de
sangre, cuyas picaduras ocasionan un intenso prurito y compulsivos deseos de
rascado. Descriptos por Linneo en 1758, fueron posteriormente clasificados en
tres especies: pediculus capitis, pediculus corporis y pediculus pubis.
El pediculus corporis, o piojo de la ropa, es el
que produce lesiones en el cuerpo, refugiándose y haciendo sus posturas,
preferentemente, en costuras y pliegues.
Y el pediculus pubis, mucho más conocido como
ladilla -palabra ésta de prosapia latina, que también da nombre a las personas
fastidiosas-, es el que parasita en las partes vellosas del cuerpo.
A mediados del siglo pasado, un
investigador amigo reparó en la existencia de una cuarta especie a la que
denominó pediculus resurrectus. Un piojo que, hasta entonces, no había sido
tenido en cuenta por los parasitólogos.
Los propensos a contraer esta
parasitosis son, paradójicamente, aquellos que abandonan la “piojería” de la
noche a la mañana, pasan rápidamente a la categoría de “nuevos ricos” y hacen
ostentación de su riqueza.
No creo ni recuerdo, que alguien más se haya
ocupado de este asunto. Y entiendo que tampoco vale la pena ahondar en él.
Después de todo, un 'pediculus resurrectus' no es más
que un “piojo resucitado”.
Y ya que hablamos de "los piojos",
oigamos como cantan: