Con una presencia más candorosa que dramática y una figura que por momentos nos recuerda al Florencio Sánchez de Riganelli, Daniel Melingo toma la guitarra para acompañarse en el canto y hace del público su cómplice.
Un rasgueo
atorrante y una mano derecha que cuando separa el pulgar anuncia una milonga, es
parte de la seducción.
Melingo es dueño de una
expresividad propia en la que, prácticamente, es muy difícil reconocer influencias
de otros cantores. No obstante, el timbre y el color de su voz responden a lo que
tradicionalmente se define y se conoce como “voz de tango”. Una voz de tango, sí,
pero una voz distinta, alejada de todo estereotipo y sin alardes. Él compone sus
propios tangos y musicaliza, además, poemas de otros autores y, fiel a sí mismo,
los canta como si hablara, infundiéndoles el ritmo de su propia respiración. Por momentos lo
hace con una ahogada congoja que logra emocionarnos.
Se percibe en su canto cierto
dramatismo contenido y un arrastre que nos remite a la “esencia”; un canto que se
nos muestra creíble y que sin dejar de ser actual nos transporta al tiempo de Villoldo.
Su guitarra,
su clarinete, su voz, lo que dice y cómo lo dice, ejemplos de sinceridad y extraversión,
no ignoran las formas más primitivas y festivas que se encuentran en el origen del
tango. Es como si Melingo hubiese estado allí.
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EN UN BONDI COLOR HUMO
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EN UN BONDI COLOR HUMO
A LO
MAGDALENA
TANGO DEL VAMPIRO
JACK THE RIPPER
EL EXTRAÑO
CASO
LA NOVIA
EL TATUAJE
SE IGUAL
DE TODO Y
PARA DOS
LA MACETA
IGUALITO QUE
EL TANGO
ESTA VIVO