El Diccionario de la Real Academia Española define a la muerte como la
“cesación o término de la vida”. Definición ésta coherente por su brevedad,
dado que para bien definir a la Parca nada mejor que ser parco.
Según la mitología griega, la
Muerte, lejos de ser la primogénita, es la decimoctava hija del Érebo y la Noche , nieta del Caos y hermana del Sueño,
existiendo entre estos dos hermanos, Sueño y Muerte, la misma diferencia que
existe entre una coma y un punto final.
Ya desde aquellos tiempos en que los
dioses entretejían intrigas en el Olimpo para combatir el aburrimiento de la
inmortalidad, el hombre no ha dejado de recurrir
a todo tipo de eufemismos para nombrar a la muerte. De ahí estos lunfardismos:
“la guadaña”, “la huesuda”, “la ñata”, “la pálida”, “la pelada”…
Y
si hablamos del “acto” de morir: escatar, espichar, pinchar, sonar, finir, palmar, crepar, entregar
el rosquete, cagar fuego, estirar la pata, doblar la servilleta o irse
por la rejilla. Lo que puede ocurrir en forma repentina o después de
estar jugado, rifado, o regalado durante
algún tiempo. Hace muchos años, el actor Marcos Caplán, hablándome de alguien que se
encontraba en ese trance, me dijo lo siguiente: -¡Dos afeitadas más y lo
perdemos!
Con
respecto a la expresión “cantar para el carnero”, digamos que entre los
romanos, el nombre de la cámara mortuoria era “carnarium”, palabra de la cual
deriva el “carnaio” italiano y el “karner” alemán. Por lo tanto, el hecho de
“cantar pa’l carnero” alude directamente a la fosa y nada tiene que ver con el
mamífero rumiante de igual nombre.
Otra conocida expresión, “sonar como arpa vieja”, adquirirá pleno sentido si
transcribimos aquí lo dicho por el alemán Klaus Horngacher, célebre fabricante
de arpas:
“Debido a la enorme
tensión que ejercen las cuerdas, después de algún tiempo la cubierta de la caja
se curva y termina rompiéndose. Por eso, la vida de un arpa no suele sobrepasar
los cincuenta años.”
Pero, por más que le demos distintos nombres, nuestros pensamientos sobre la muerte no dejarán de estar plagados de connotaciones contradictorias.
Para Alfredo Le Pera es la impotencia:
y también la acechanza:
“… la muerte agazapada marcaba su compás.”
Un fatalismo esperanzado para Discépolo:
“¡Dale nomás! / ¡Dale que va! / ¡Que allá en el
horno / nos vamo a encontrar!”
Y el descreimiento en Antonio Podestá:
“Yo quiero morir conmigo / sin confesión y sin
Dios, / crucificado en mis penas / como abrazado a un
rencor.”
Un descreimiento, al que podríamos contraponer, sino la convicción, al menos el
“por si acaso” del Malevo Muñoz en trance de morir. Cuando le preguntaron a
éste si quería recibir al sacerdote, después de pensarlo un rato, contestó:
-¡Ma sí! Hacelo pasar. ¡Total no cuesta nada tirarse un lance!
Ahora, con respecto al
cementerio, recordemos que éste es territorio del muerto y no de la muerte,
dado que la “quinta” no es propiedad de la “ñata” sino del “ñato”.
Y ya cerca del punto final, quisiera demorarme en una coma para contarles lo siguiente: Un poeta
amigo, después de “salir” de un edema agudo de pulmón, lo primero que hizo fue
pedir papel y lápiz para poder terminar un poema sobre la muerte.
Al tiempo le dediqué este
Anti-epitafio
Yace aquí quien no yace ni con receta,
de
lo cual a su médico no hago cargo.
Como tumba reniego de
este poeta
que
por buscar la rima siguió de largo.
"Tango de la luna que yira" - Canta el "Tata" Cedrón
Letra de Luis Alposta - Música de "Tata" Cedrón