![]() |
Edmundo Rivero, Juan Manuel Fangio, Luis Federico Leloir y René Favaloro |
El Dr. Luis Federico Leloir (París, 6 de septiembre de 1906 - 2 de diciembre de 1987),
galardonado con el premio Nobel de Química en 1970 por sus estudios sobre el
metabolismo de los hidratos de carbono, entró a este mundo por París, al igual
que el Dr. y tangólogo Luis Adolfo Sierra y Alfredo Gobbi, el violín romántico
del tango.
Lo conocí en 1956 en la Cátedra de Fisiología de la Facultad de Medicina de
Buenos Aires.
Muchos años después tuve el honor
de que prologase mi libro "El Lunfardo y el Tango en la Medicina" (Ed.
Torres Agüero, Buenos Aires, 1986), donde
comienza diciendo que “las exigencias de la vida de un científico pocas veces
le permiten salir de su habitat y excursionar en campos de actividades
diferentes.” Y un agradable escape de su “habitat”, según sus propias palabras,
ocurrió el 26 de septiembre de 1985 cuando concurrió, invitado por Edmundo
Rivero, a recibir el premio Pedro de Mendoza que otorgaba “El Viejo Almacén”.
Y ya que hablamos de excursionar
en “campos” diferentes, recordemos cuando lo hizo en un campo de golf:
El Dr. Leloir, a mediados de la década del veinte, entonces estudiante de medicina, solía frecuentar con sus amigos durante sus vacaciones, el restaurante del Club del Golf de Playa Grande, en Mar del Plata, donde el plato preferido eran los langostinos.
![]() |
Con el Dr. Leloir en el Museo de la Caricatura "Severo Vaccaro" 17 / VI / 1986 |
La mezcla daba
lugar a una salsa color salmón que fue calificada como deliciosa por sus compañeros
de mesa.
Un buen día,
contento con su descubrimiento culinario, encaró al chef y le pidió que la preparara
él mismo. Los dueños del restaurante prepararon en cantidad el nuevo aderezo que
recibió el nombre de Salsa Club del Golf, luego más conocida como Salsa Golf.
Alguna vez se lamentó de no haberla patentado: -"Hoy tendríamos más medios para investigar", dijo.
Una anécdota:
Un día me contó que al ver que su mujer echaba una aspirina al agua de las flores para que duren más, compró dos ramos iguales y sólo usó aspirina en el agua de uno de ellos. Se secaron al mismo tiempo. "¿Ves, Amelia? La ciencia acaba de derribar una verdad universal", le dijo.