En Atenas, en el siglo IV antes de Cristo, Antístenes, discípulo de Sócrates, fundó la escuela cínica en la plaza del Perro ágil, de ahí lo de cínicos, que significa 'hombres-perros', nombre que se dio a sus adeptos y que éstos aceptaron con cierto orgullo. El más conocido de ellos fue el sucesor de Antístenes, llamado Diógenes, famoso por su vida extravagante y por su ingenio. Se dice de él que habitaba en un tonel y que no poseía más bienes que una capa, un bastón y una bolsa de pan. (¡Así no resultaba fácil quitarle la felicidad!)
Nunca supe su nombre. Hablaba de Sócrates y Platón
como si los hubiera conocido. Fue en noviembre de 1972,
en una esquina de Villa Urquiza.
Los cínicos exageraron y extremaron la doctrina socrática de la felicidad, y no precisamente al estilo de Rodolfo Sciammarella con sus “cuatro días locos”, sino que llegaron a identificar a ésta con la suficiencia y la supresión de las necesidades básicas de la vida. Esto los llevó a tomar una actitud de renuncia voluntaria, conservando únicamente como valores estimables la no dependencia, el poder filosofar en plena calle y el no calentarse por nada. El resultado fue, naturalmente, que la Grecia de entonces no tardó en llenarse de mendigos.
Una vez le preguntaron a Diógenes por qué la gente daba limosna a los pobres y no a los filósofos, a lo que respondió: “Porque piensan que pueden llegar a ser pobres, pero nunca a ser filósofos.”
Pero... cínicos eran los de antes. Ahora solemos dar ese nombre a los que, si bien siguen sin calentarse y gustan de pronunciar discursos, no renuncian a nada.
* Si bien entre linyera y mendigo no hay sinonímia s. str., escuchemos
"La canción del linyera" - de Antonio Lozzi e Ivo Pelay