domingo, 17 de mayo de 2020

"FRANKENSTEIN" Y JOHANN CONRAD DIPPEL

        Frankenstein o el moderno Prometeo, la inmortal novela de la escritora inglesa Mary Shelley, comenzó a gestarse durante el verano boreal de 1816. Durante ese terrible año, Mary y su marido Percy Bysshe Shelley hicieron una visita a su amigo Lord Byron que entonces residía en Villa Diodati, Suiza.
         Todo comenzó la noche, en que después de la lectura de una antología alemana de historias de fantasmas, Byron retó a los Shelley y a su médico personal John Polidori a componer, cada uno, una historia de terror. Fue entonces cuando Mary concibió una idea: idea que fue el germen de la llamada a ser la primera historia moderna de ciencia ficción y una excelente novela de terror gótico.
         Pocos días después tuvo una pesadilla o ensoñación y escribió lo que sería el cuarto capítulo del libro. Se basó en las conversaciones que mantenían con frecuencia Polidori y Percy Shelley respecto de las nuevas experimentaciones de Luigi Galvani y Erasmus Darwin (abuelo de Charles Darwin) que trataban sobre el poder de la electricidad para revivir cuerpos ya inertes.   

“DEL DIARIO DE VÍCTOR FRANKENSTEIN”

Escribo esto en una siniestra noche en que mi obra ya está lista y mi sueño ha perdido todo atractivo. Una repulsión invencible se apodera de mí.

  En la bulliciosa calma                                   Dejo constancia en mi diario 
  de un mundo que ahora es mi celda           que en éste, mi consultorio,        
  se escucha un trueno que suelda                que ahora es un laboratorio,
  la tierra con lo infinito.                                    hecho de humanos despojos
  Luego el viento como un grito,                     acaba de abrir sus ojos
  como un divino reproche,                             quien con tan shiome figura
  pone a la calma su broche                           nació de una sepultura.
  y anuncia la tempestad                                 Mi nombre no le daré.
  vejando a la claridad                                     De aquí en más lo llamaré:  
  que se enluta con la noche.                         ¡La Criatura!
  
"DEL DIARIO DE VICTOR FRANKENSTEIN"  
Letra: Luis Alposta - Música: Acho Estol
 La Chicana - Canta: Dolores Solá
       
     En la novela Frankenstein, cuando la Criatura le pide a su creador que le haga una novia, lo hace con estas palabras: 
       Estoy terriblemente solo, nadie quiere compartir mi vida; es imposible que nos separemos sin que prometáis concederme lo que os pida. Sólo una mujer tan monstruosa y deforme como yo estaría dispuesta a concederme su amor; una mujer que fuera en todo semejante a mí, que poseyera incluso mis defectos.
     Si aceptáis otorgarme lo que os suplico, nunca, ni vos ni cualquier otro ser humano, volveréis a verme. Me estableceré en las enormes tierras deshabitadas de América del Sur.
         O sea que, si la Criatura a la que llamamos Frankenstein le echó el ojo a la Patagonia, bien pudo haber cantado por milonga estos versos:

   “FRANKENSTEIN”
             (tango)

Entre el horror y el espanto
hago de mi grito un canto:

Mi drama es no tener madre
y ser engendro de un padre
que ahora reniega de mí,
y aunque sin nacer nací
sin tener siquiera un nombre
soy sólo un remedo de hombre,
un muñeco desdichado,
y si fui galvanizado
por mi padre Frankenstein,
en tangótico vaivén,
hoy lo que más me subleva
es ser un Adán sin Eva,
tener prohibido el nosotros
y ver amarse a los otros.
¡Ver cómo comen perdices
y yo con mis cicatrices!
Es por mi figura horrible
que nunca seré querible;
y hago de mi grito un canto
entre el horror y el espanto:

Mi drama es no tener madre. 
¡Compadre!

"FRANKENSTEIN" - Letra: Luis Alposta - Música: Acho Estol
La Chicana - Canta: Dolores Solá
JOHANN CONRAD DIPPEL, EL ALQUIMISTA QUE INSPIRÓ LA HISTORIA DE FRANKENSTEIN *

         Que Mary Shelley escribiese la novela Frankenstein es un hecho incuestionable. Todo el mundo lo sabe. Lo que la mayoría de la gente desconoce es que existe un castillo con el mismo nombre de su novela y que data de mediados del siglo XIII, siendo muy posible que ella lo visitase en 1816, en el verano más frío de su vida, antes de llegar a Villa Diodati en Coligny, Suiza, que fue donde escribió su inmortal obra.

EL CASTILLO DE FRANKENSTEIN

         En lo alto de una colina, próximo a la ciudad alemana de Darmstad –en el estado de Hesse- se encuentra el castillo de Frankenstein, un vocablo germano que literalmente significa “piedra de los Francos”. La primera referencia de su construcción se remonta al siglo XIII, en plena Edad Media.
        
Ruinas del Castillo de Frankenstein - Alemania
Foto Nathan Sleeter’s
Fue en 1673 cuando en una de las dependencias de este castillo nació Johann Conrad Dippel. Era hijo de un pastor luterano y durante su juventud encaminó sus estudios hacia la teología y la filosofía. Posteriormente, sus inquietudes tornarían y se enfocarían hacia la alquimia y, como muchos otros iluminados del momento, trataría por todos los medios de convertir el plomo en oro.
         De forma impetuosa llegó a afirmar que poseía el secreto para engendrar vida a partir de materia exangüe, una base teórica que colisionó frontalmente con las autoridades docentes de la Universidad de Giessen, provocando su expulsión.

         Durante su estancia en el castillo de Frankenstein el doctor Dippel construyó un laboratorio en el cual trabajaba noche y día. Fruto de este arduo trabajo fue el descubrimiento de un aceite, elaborado a partir de animales licuados, que previamente había filtrado en tubos de hierro, y que bautizó con el nombre de “aceite empireumático” o aceite de Dippel. Según el alquimista, todo aquel que bebiera de esta pócima se convertiría en centenario. Los suculentos honorarios que obtuvo de la venta del maloliente líquido le permitieron sufragar algunos de los experimentos que llevaba a cabo en su laboratorio.
Castillo de Frankenstein -Foto Boris Stroujko

         Como todo en la vida, las investigaciones de Dippel tuvieron sus luces y sus sombras, ya que a partir del aceite animal el alquimista germano consiguió elaborar un tinte de color azulado con el que se podían teñir los tejidos y que fue bautizado como “azul de Prusia”. Esta tinción, con el paso del tiempo, sería una de las más conocidas y empleadas.
         En torno al castillo de Frankenstein no tardó en aflorar un halo de misterio. La gente del pueblo aseveraba que Dippel, al abrigo de la seguridad que proporcionaban los muros de la fortaleza, estaba llevando macabros experimentos que habían sobrepasado los límites de la racionalidad. Se contaba que el alquimista abandonaba el castillo por la noche y, pertrechado de pico y pala, se dedicaba a profanar tumbas y robar cadáveres en los camposantos próximos. Los restos humanos eran diseccionados y servían para diferentes experimentos. Dippel ansiaba encontrar el método para transferir el alma de un cuerpo a otro. Además, se decía que trabajaba sin descanso en la consecución de un animal fabricado a base de huesos, sangre y otros restos animales. 
         El castillo de Frankenstein tiene actualmente otro atractivo turístico añadido y nada fútil, en sus alrededores se produce un extraño fenómeno magnético, las brújulas dejan de funcionar. Este fenómeno está relacionado directamente con ciertas formaciones de rocas magnéticas naturales.

Trabajos consultados: 
Pedro Gargantilla - ABC - Ciencia - España
Montero Glez - El País - España
José Pichel - El Español
Aglaia Berlutti - Revista Cultura - Madrid