jueves, 2 de agosto de 2018

HOMENAJE AL MAESTRO ARIEL RAMÍREZ


 Buenos Aires, 7 de octubre de 2002

Palabras pronunciadas por Luis Alposta en la…

Entrega del premio “JULIÁN DE ALMAGRO”
al maestro Don ARIEL RAMÍREZ

Sr. Presidente del Rotary Club de Almagro
Sr. Director de la “Escuela de la Joya”
Sr. Eduardo Falú
Señoras y Señores

Una serie de circunstancias singularmente propicias, me allanan esta noche el muy grato y honroso encargo de hablar en este acto.
Hoy el Rotary Club del barrio de Almagro celebra sesión pública para homenajear a un preclaro vecino, y debemos considerar como signo feliz para la Institución y el barrio, que el homenajeado sea el maestro Ariel Ramírez.
Singular y noble personalidad, y honor de nuestro país en los mayores centros de cultura y escenarios del mundo. Hablar de su obra sería redundar en lo ya tantas veces dicho. Pero el hacerlo es algo que se impone.


Con una entrega total de su vida al arte musical, este eximio pianista y compositor, de delicada y rigurosa formación técnica, admirable por su versatilidad, es alguien a quien el conjunto de su obra creadora lo perfila como uno de los talentos que con razón y justicia ha sido llamado a figurar entre los grandes.
Fue en una escuela de Gálvez, donde su padre era director, que nuestro homenajeado, a los cuatro años, vio por primera vez un piano. Poner sus manos en el teclado selló su destino.
El amor por este instrumento, que comenzó como una atracción instintiva, llegó a convertirse en él en una pasión única y permanente. Ha sido en el piano donde conoció la Música, y ha sido también en el piano donde habría de nacer después su propia música. Al conocimiento de los secretos de la creación popular, de sus estructuras rítmicas y el espíritu de su lenguaje melódico, supo sumarle el invalorable apoyo del estudio académico. Sabedor de que la intuicíón tiene un límite, comenzó sus estudios en Santa Fe con Angélica Velarde y, posteriormente, ya en Buenos Aires, inició sus estudios de armonía con el maestro Luis Gianneo. En esa época compuso “La Tristecita”, su primera obra conocida y reconocida. Amante de Bartok y de Brahms, habría de perfeccionar luego sus estudios con Edwin Leuchter, un genio de la enseñanza. Un tiempo feliz, de dedicación y aprendizaje, que habrían de serle de mucha utilidad años después, al componer la “Misa Criolla”, “Los Caudillos”, y otras obras.

Se ha dicho, y es bueno repetirlo, que en Ariel Ramírez se resumen las cualidades de un artista que, fiel a las raíces y valores culturales de su pueblo, conformó una trayectoria creativa que le permitió trascender el ámbito de su país de origen, y convertirse en un músico y compositor de indudable reconocimiento universal.
Buscando familiarizarse con las formas musicales del pueblo, su vocación folklórica le llevó tempranamente a realizar numerosos viajes por territorio argentino y americano. Viajes de difusión y a la vez de estudio de rítmos autóctonos, en los que registró vivencias sonoras de cantores e instrumentistas criollos.
Ya en plena madurez artística y demostrando una verdadera juventud creadora, que aun conserva, fue autor de obras de reconocido mérito, llamadas todas a perdurar. Tales como, la mencionada cantata “Los Caudillos”; “Folklore para el nuevo tiempo”; “Mujeres Argentinas” ; “Navidad Nuestra”; “Cantata Sudamericana”; y varias canciones que han recibido la admiración de los mas diversos públicos, como “La Peregrinación”; “Indio Toba” y, tal vez la más difundida, “Alfonsina y el mar”.
Pero, el mayor éxito a nivel mundial habría de lograrlo en 1964 con la “Misa Criolla”, interpretada y grabada por el propio Ramírez con Los Fronterizos, Jaime Torres, Domingo Cura, y la Cantoría de la Basílica del Socorro, dirigida por el Padre Segade. A partir de ese momento se tuvo la sensación de estar frente a una obra destinada a tener trascendencia, aunque nadie pudo prever la dimensión que habría de adquirir. Esta creación musical, es un notable conjunto de inspiradas melodías originales de su autor, basadas en ritmos regionales de la tradición musical argentina e hispanoamericana. Esta obra marcó la irrupción en el mundo, de la música litúrgica argentina, y lo hizo con un nivel artístico que le permitió ser admirada y amada por públicos de innumerables países.
          A partir del Concilio Vaticano II la Iglesia Católica comenzó a realizar los oficios religiosos en el idioma del lugar, abandonando el Latín, y la “Misa Criolla” fue la primera, en español, que adoptó este nuevo criterio.
Como intérprete, Ariel Ramírez ha grabado alrededor de cuarenta discos, y suman unas cuatrocientas las composiciones que responden a su autoría; también incursionó en la cinematografía al producir bandas sonoras para destacados cineastas argentinos.
Al referirme a su versatilidad, lo hice pensando no sólo en los temas folklóricos por él interpretados, sino también en una serie de tangos memorables que llevó al disco, entre los que recuerdo particularmente “El 13” de Spátola, uno de los tangos preferidos de Arturo Rubinstein.
Creador infatigable, con plena conciencia de los pasos dados en la trayectoria de nuestro folklore, Ariel Ramírez no ha buscado nunca el éxito fácil. De ahí , que el resultado de su obra esté encuadrado dentro de un único pensamiento: llegar al público sin más recurso que el de la verdad.
Reconocido, homenajeado y premiado en grandes centros de cultura del mundo, hoy es el barrio de Almagro, el barrio de Bettinotti, el que lo agasaja y el que se honra de contarlo entre sus ilustres vecinos.

Maestro:
          Don Manuel de Falla alguna vez le dijo que cuanto más nacional fuese su música más universal sería.
Y no se equivocó.

"La tristecita" - zamba - Letra: María Elena Espiro - Música: Ariel Ramírez

Nos cuenta su autor: 

         -Recuerdo LA TRISTECITA, primera zamba que compuse allá por 1945 en Tucumán. Yo era un necesitado, no tenía ni cinco. Había decidido conocer el resto del país, porque necesitaba acercarme a todo ese universo musical que desde mi natal Santa Fe no se podía aprender. Por entonces vivía, invitado por la familia Mothe, en una casona que está a las afueras de Simoca, era una construcción bellísima, rodeada de jardines, en medio de los cañaverales. Me gustaba caminar por allí sólo pensando... De pronto, oí que me llamaban, eran las cinco de la tarde y ellos tenían el hábito de tomar el té, siempre a esa hora. La mesa estaba tendida, pero aún no había nadie; era costumbre esperar para disfrutar de la compañía. Y entonces fuí directamente al piano, me senté y toqué por primera vez una zamba completa, como si la hubiese sabido por años. La dueña de casa que estaba escuchándome comentó: "¡Qué zamba más tristecita! ¿Cómo se llama?". Le respondi que se llamaba 'La tristecita' y durante ese día creo haberla repetido unas doscientas veces.; tal era mi entusiasmo y asombro.           Mi primera esposa, María Elena Espiro, le puso luego una hermosa letra.