jueves, 26 de julio de 2018

ANTONIO PÉREZ PRADO, UN FUERA DE SERIE

Dr. Antonio Pérez Prado

Si bien el autorretrato se define como un retrato hecho de la misma persona que lo pinta, Antonio Pérez Prado se autorretrató a los 77 años, pero no recurriendo al óleo, sino escribiendo y dejándonos esta página en la que, con humor, se pinta de cuerpo entero:

Yo no nací en Galicia, pero todos me dicen "gallego". No sé si tengo las virtudes, pero los defectos los tengo todos. Soy sentimentalón, imaginativo, me gustan mucho las chicas.
Mis padres eran de Lugo.
Mi padre vino al país en 1910, cuando tenía 15 años.
Aquí conoció a mi madre, que era anarquista. Mi padre, un conservador férreo. Se adoraban. Había que golpear la puerta antes de entrar al cuarto; si no, te los encontrabas chapando.
         Vivíamos en el pasaje Bollini, donde crecí convencido de una extraña creencia.
El barrio estaba lleno de italianos, y como mi madre me había dicho que un gallego valía por cinco italianos, yo nunca me peleaba con uno solo: buscaba cuatro o cinco, y el resultado era que terminaba mormoso.
Un día, después de haber hecho el servicio militar, subí a un barco y me fui a Nueva York.
Emigré en el ’50, cuando nadie se iba de acá. Me dije entonces: "Ahora me toca a mí lo que les tocó a mis padres". Allá fui cronista de boxeo; cuando vino la Guerra de Corea me alisté, porque hacías 14 semanas de entrenamiento, comías como loco y al final te declarabas objetor de conciencia. Hice eso, comí como una chinche preñada y después chau. Fui obrero, y cuando había que parar para comer, yo me compraba un pancho y leía a Shakespeare.
Regresé a la Argentina, donde conseguí trabajo como traductor en el instituto de neurocirugía. Por la ventana de mi oficina se veía un edificio enorme. Era la Facultad de Medicina. Y me puse a estudiar medicina en los ratos libres.
Mal no me fue. Gané becas en Inglaterra y en Holanda, y me hice hematólogo reconocido.
         Ahora soy médico jubilado, y pobre. Estuve en hospitales y en el Centro Gallego. Nunca hice actividad privada.
         Yo, si he tenido una impronta... ha sido la de mi madre. Si mi galleguidad tiene un sello, ha sido el de ella. Puedo cantar horas de canciones gallegas. Todas me las cantaba mi mamá, y contaban la misma historia. Que el cura embarazaba a la criada y nacían los niños con cara de cura.
         Mi madre bailaba muy bien, la muñeira, la molinera. Y ya cuando estaba grande, después de comer en casa de amigos, decía: "Quiero pagar la comida". Se levantaba y bailaba. Y era tan patético saber que se estaba muriendo y bailaba... como hacían los campesinos pobres.
         Siempre andaba cantando mi madre. Chirimbí, chirimbai.

         Y Antonio, médico y querido amigo, que nos dejara el 7 de septiembre de 2009, cantaba con voz de niño. Como si no se acabara nunca. Como si todos, todavía, estuvieran cantando la misma canción.

Los vínculos de sangre y simpatía entre argentinos y gallegos están ampliamente documentados en su obra. Autor del libro Los gallegos y Buenos Aires, en el que puso todo su empeño en demostrarnos empíricamente, sin desdeñar recursos como la ficción y el humor, la tesis irrefutable del galleguismo que anida entre nosotros. Una obra que ha sido su orgullo y el de toda la galleguidad.
En sus últimos años Antonio ha sido, fundamentalmente, el honorable gallego.
El que cantaba Chirimbí chirimbai y se le iluminaba el rostro.

Defensor a ultranza del subjuntivo y de la Ñ, informáticamente maltratada.
         Antonio fue un conversador nato. Expresivo y expansivo, de una ironía cautivante por la temeridad para desconcertar al interlocutor más prevenido. Culto y alternante en sus efusiones coloquiales, entre el aire filoso con el cual fundamentaba sus convicciones y un refinado sentido del humor.
Antonio Pérez Prado 
Fue un médico abierto a todas las dimensiones de la cultura, que supo combinar la pasión por la investigación científica, el arte de la medicina, su inclaudicable galleguismo y el cultivo de las humanidades. Alguien que, entre tantas de sus habilidades, talentos y obsesiones, fue además de prestigioso hematólogo, periodista, cinéfilo y escritor.
Autor de memorables libros tales como ¿Qué es la sangre?, en el que se explaya con probidad científica, espíritu humanístico y amenidad. Un libro que, ya desde el borrador, tuvo su lugar reservado en los planes de la Editorial Columba. “Argentinos en la ciencia”, en el que entrevista a seis científicos argentinos sobre las distintas disciplinas cultivadas por ellos: Astronomía, Geología, Física Nuclear, Química Orgánica, Biología y Matemática. Y “Los gallegos en la Argentina”, su obra más conocida.
Colaborador del Suplemento dominical Cultura del diario "La Nación", recordemos, también, que fue el guionista del documental “Castelao” (Biografía de un ilustre gallego), film realizado en 1980 por el director argentino Jorge Prelorán, uno de los mayores documentalistas de América Latina, en cuya casa, en compañía de Rafael Jijena Sánchez, tuve el privilegio de verla antes de su estreno oficial.

En abril de 1993, el profesor Xesús Alonso Montero, de la Universidad de Santiago de Compostela, organizó un Primer Congreso de Poetas Alófonos en lengua Gallega. Es decir, de poetas que usaron el idioma gallego sin tenerlo como lengua materna. Y el ejemplo clásico es Federico García Lorca, quien nos dejó seis magníficos Poemas Galegos impresos en 1935.
Alonso Montero no sólo lo invitó a Pérez Prado a participar en dicho Congreso, sino que, además, según sus palabras, lo sorprendió con un pedido: quería poner esos poemas de Lorca en muchas lenguas, vivas o muertas. La tarea era conseguir traductores buenos al guaraní, al quechua, al mapuche y… al lunfardo.
No tuvo suerte con aquellas lenguas indoamericanas, pero salió del brete con respecto al lunfardo. Tal vez, el saber de mi amor por Santiago de Compostela, de mi amistad con Otero Pedrayo y de mis visitas a la casa de Rosalía de Castro, en la que alguna vez ayudé en la poda del parral, fue lo que lo llevó a Pérez Prado a pensar en mí.
Y gracias a él, el resultado fue “Lorca en lunfardo”, libro que me prologó y que, posteriormente, publicó Manuel Pampín (para variar, también de Galicia) -Ed. Corregidor- en 1996.
Porteño incorregible y gallego hasta el tuétano, Antonio Pérez Prado honró su cuna, su profesión y fue, sencillamente, un fuera de serie.

Un entrañable y querido amigo.


"Piove en San Telmo" (inspirado en "Madrigal á cibdá de Santiago" de García Lorca)