jueves, 14 de septiembre de 2017

PATOLOGÍA MÉDICA EN “LA CRENCHA ENGRASADA” * *

      De no haber existido el papiro Hipócrates no hubiera podido registrar  “papirusamente”, la sintomatología de los males que aquejaban a sus pacientes. Desde entonces la historia clínica ha venido a ser uno de los instrumentos más importantes de la medicina.
         Es en ella donde se resume la herencia y los hábitos del paciente; la constitución psico-física; el ambiente sociofamiliar y, de no llegar a dar con el arpa antes de que el médico dé con la tecla, es donde se suele registrar también la etiología y evolución de la enfermedad.
         Es sabido que muchas veces, a partir de una buena biografía se puede llegar a reconstruir una historia clínica. También en la literatura en general, en tren de no dejar pasar por alto diagnóstico alguno, podemos encontrar referencias médicas, enfermedades y accidentes, que desde la urdimbre de un relato están abrumando a determinados personajes.
Girolamo Fracastoro
         La sífilis ejerció durante siglos una gran influencia sobre la literatura. En 1530 el médico italiano Girolamo Fracastoro escribió el famoso poema al que la enfermedad debe su nombre, en el que nos relata cómo un pastorcillo llamado Syphilus contrae esta enfermedad; Shakespeare se refirió a sus síntomas en Timón de Atenas; Rabelais ridiculizó en su obra el excesivo entusiasmo que despertaba el mercurio para su tratamiento, y Francisco Lomuto, le puso música a los arsenobencenos cuando escribió su tango “El 606”.
         El recordado poeta de “La Crencha Engrasada”, Carlos de la Púa, menciona a la sífilis (la chinche) en su período cuaternario en dos de sus poemas, haciendo alusión correcta al tiempo de evolución (10 a 20 años) y a su localización nerviosa:

“……………………………………..
Y bebió en diez años toda la alegría
y supo en diez años toda la crueldad,
cuando dio el remache de la fulería
la seña jodida de la enfermedad.
Y sin un consuelo, sin una aliviada,
la que de la mugre se abriera tan mal
pagó con la chinche fatal, angustiada,
la deuda sagrada con el arrabal.”

(“La pebeta de Chiclana”)

“……………………………………..
Hoy, vieja, arruinada, con pilcha rasposa
–la que era de línea, la taquera fiel–
salva la busarda junto a la cancela.
La chinche en el coco se le fue tal vez!

(“La ex canchera”)

         Muchas heroínas de novelas de la época victoriana padecían de tuberculosis pulmonar, lo cual se explica por la frecuencia de la tisis en aquellos tiempos. Las tuberculosas más célebres de la literatura fueron Margarita Gauthier, Mimí, la esposa de David Copperfield y la pequeña Eva de “La Cabaña del Tío Tom”. No menos famosa, entre nosotros, fue la obrerita que tosía por las noches, mientras pasaba un hombre pregonando con una cotorrita.
         En la obra del Malevo Muñoz encontramos un solo caso de tuberculosis, y no se trata precisamente de una jovencita grácil, de cutis fresco y ojos brillantes, sino que esta vez el personaje es “El vago Amargura”:

“……………………………………..
Y volvió de Ushuaia con la conocida
tos envenenada que atrapa el canero,
y olvidando todo se engrupe la vida
mandando a bodega su troli cabrero”.

Casi con seguridad, el mencionado Vago padecía también su buena cirrosis hepática:

“Mandando a bodega su troli de vino
junto con la mugre de un bar mishiadura,
está siempre escabio el Vago Amargura,
que en tiempos pasados fue un gran malandrino.
……………………………………..”

En la Ilíada se mencionan con gran precisión heridas producidas por flechas, espadas, lanzas y piedras. Homero supo reflejar las ideas médicas de los antiguos griegos, demostrando al mismo tiempo poseer un profundo conocimiento de la traumatología. Carlos de la Púa, que parece no haber quedado corto en esta especialidad, nos dice en “El feite”:

“Recuerdo de un amuro ranfañoso,
luce tajo de guapo, marca rea,
un feite en refasí, meticuloso,
que un cacho de nariz le escolasea.
……………………………………..”

Y en “La Cortada de Carabelas”:

“……………………………………..
En sus bulines han truqueado, broncosas,
las barras más temibles de los tiempos pasados
y sus viejas paredes presenciaron famosas
peleas que dejaban cuatro o cinco tajeados.
……………………………………..”

Dentro de la patología médica que figura en “La Crencha Engrasada”, es evidente el predominio de las afecciones que trasuntan conflictos psico-socio-económicos, tales como la prostitución, la delincuencia y el alcoholismo.
Una descripción feliz de un infeliz caso de drogadicción lo encontramos en “Packard”:

“……………………………………..
Pero un día la droga la hizo suya
y, en vez de cargar nafta, echó morfina
y cerrando el escape por la buya
se fajaba de bute en cada esquina.
……………………………………..”

Hasta aquí, ha sido mi intención enfocar a “La Crencha Engrasada” desde un ángulo estrictamente semiológico. Deliberadamente he procurado no caer en especulaciones psicoanalíticas, pues de haber mostrado a muchos de estos personajes llevando a babuchas un complejo de Edipo no resuelto, estoy seguro que ni ellos ni el propio Malevo Muñoz me lo hubiesen perdonado.


         La Crencha Engrasada”: título del libro de poemas lunfardos que Carlos de la Púa publicara en 1928. Carlos de la Púa, seudónimo de Carlos Raúl Muñoz y Pérez, a quien muchos identificaban simplemente como “el Malevo Muñoz”.

         Del libro "El Lunfardo y el Tango en la Medicina ( Los bailes del Internado)” -  ensayo.  Con prólogo del Dr. Luis F. Leloir. Ed. Torres Agüero, Buenos Aires, 1986. Reeditado ed. Marcelo H. Oliveri  -  Bs. As., 2014.


"Packard" - letra: Carlos de la Púa - Música: Edmundo Rivero  
 Canta: Edmundo Rivero