jueves, 24 de septiembre de 2015

YO MATÉ A XIUL LASOPAT





   YO MATÉ A XIUL LASOPAT 
 por Luis Alposta


I do not mind lying, but I hate inaccuracy.
 Samuel Butler



           

           

Enigma y lenguaje en claroscuro. Un lenguaje en el que aparecen elementos de una poesía extraña que, aunque a veces pueda parecernos hermética e impregnada de misterio, no por eso deja de conmovernos.

            Su autor alguna vez me dijo que creía, no sin dolor, que este mundo pertenece a los que gritan, a los farsantes, a los que corren y se encaraman. Entonces tuve la sensación de que Lasopat estaba viviendo un exilio voluntario en el territorio de la soledad, y que era, precisamente, en ese territorio donde escribía su poesía. Una poesía con una secreta luminosidad, que es a la vez un faro y un refugio de privilegio para esa inmensa fraternidad de los solitarios.

            Cuanto más trataba a Xiul Lasopat, más tenía la impresión de que en él lo abstracto se corporizaba al mismo tiempo que lo concreto se desvanecía.

            Siempre me pareció una especie de Hamlet debatiéndose entre el ser y el no ser, a tal punto, que su realidad muchas veces me ha llegado a parecer una ensoñación, como si toda su vida fuese una sucesión de postales, una realidad ambigua. Y la ambigüedad -que no es ajena a la poesía- en él se intensificaba tanto por momentos, que su persona misma llegó a ser para mí una verdadera incertidumbre.

            Cuando se lo dije, me respondió que lo único que se oponía a su realidad era lo ilusorio, dado que las imprecisiones no estaban en lo imaginario sino en la ilusión.

            A Lasopat, la primera vez que lo vi fue en casa de Nikäoj Sabzëmog, que fue quien nos presentó.

            Mágicamente, nos reencontramos dos años después, en Villa Urquiza, una lluviosa tarde en que fui llamado, como médico, para asistir a un paciente que resultó ser él. Imposible no reconocerlo.

            Del diagnóstico de neumonitis virósica y la correspondiente receta, pasamos, sin más trámite, a hablar de poesía en una charla que devino en hábito; hasta que, un día entre los días, decidió otro de sus sorpresivos viajes.

            De él conservo, además de un recuerdo imborrable, sólo dos cosas: los manuscritos de sus últimos poemas (muchos de ellos escritos en francés) y un retrato suyo, original, realizado por nuestra ‘nada común’ amiga Ana María Moncalvo.


              Mi admiración por su obra fue la que me llevó más tarde a traducir sus poemas, los que fueron publicados, por mi gestión y previa selección, en España, en 1982, en una limitada edición para bibliófilos.

            El libro recibió una mención especial, entre 327 participantes de todo el mundo de habla hispana, en el VI Concurso Literario “Gemma”, realizado en Aranguren (Vizcaya); y el 17 de noviembre de ese mismo año, la Comisión de Cultura del Club Francés de Buenos Aires invitaba a socios y amigos a la conferencia que, sobre el análisis de dicha poesía, pronunciamos Marcela Ciruzzi y yo. La lectura de los poemas estuvo a cargo de Lily Hartz.


            Cuando traduje sus poemas, comprendí que no se trataba de una empresa menor. Que no era una simple rutina.

            A semejanza de una delicada operación quirúrgica, comencé a traducirlo buscando desprender del lenguaje original cada una de sus ideas y, todavía palpitantes, transplantarlas al mío.

            Fue algo que realicé buscando la exactitud, y a tal punto, que he llegado a tener por momentos la ilusión de crear y la satisfacción de estar haciendo un buen uso del idioma.

            En su poesía, el ritmo y la eufonía (o las particularidades de ambos) eran tan importantes como el significado de las mismas palabras.

            Si para traducir los versos de Lasopat fue necesario que existiese cierta afinidad temperamental entre él y yo, creo que la hubo.
     
            Cuando concurría a su casa, no era extraño encontrarlo con el oído atento a Wagner, mientras respiraba su mescolanza diaria de humo de cigarro y espuma de cerveza.

            Una tarde me entregó una abultada carpeta que contenía muchos de sus poemas escritos en francés y me pidió que, si realmente me gustaban, los tradujese y le buscase editor. Volví a su casa una semana después y ya no lo encontré. Había cambiado de domicilio con la misma reserva que guardan los que cambian de barrio para siempre.

            Han pasado ya muchos años. No he vuelto a saber nada de él, y sin embargo, cada vez que pienso en lo que significa ser poeta, no puedo dejar de recordarlo.

            Publiqué sus poemas (poemas que yo sólo traduje). En la tapa del libro mi firma y mi fotografía. De él, apenas su nombre en la dedicatoria.
            La decisión la tomé cuando recordé que el plagio sólo es válido si va seguido de asesinato; y el arma que elegí fue el anagrama.        

            Xiul Lasopat nació el 30 de junio de 1937, en Pokresville, en la calle de los Plátanos. 

LA POESÍA DE XIUL LASOPAT
  
            Xiul Lasopat, a quien bien puedo considerar mi “negativo”, mi “otro yo” a la hora de ponerse "él" a escribir, es alguien a quien puedo convocar frente a un espejo y verlo en el límite de lo borroso sin llegar a desestructurar su imagen.
         Su poesía es lógica y es no-racional, para no emplear el término equívoco de irracional.
         Confinado al espejo, Xiul Lasopat, que viene ser “el otro”, podrá parecer el poeta del apartamiento, de la soledad o el de la existencia incumplida, cuando, en realidad, es alguien que buceando en lo desconocido pretende vivir una nueva experiencia poética. Lo que “él” busca es el lenguaje de lo inexpresable y la única norma que acepta es la de la libertad total, la de una poesía sin cánones. 
         Y es en ese ir y venir de imágenes frente al espejo que, para “el otro”, que es el que escribe los poemas, el “Otro él” soy yo. 

                                                                                            Luis Alposta