jueves, 29 de mayo de 2014

ACERCA DEL LUNFARDO

Adán poniéndole nombre a los animales
La Biblia nos dice que la palabra es un don divino que le fue concedido al hombre; por tanto, tuvo Adán el privilegio de haber sido él quien le pusiera nombre a los animales y a las cosas.
Después, debido a la imperiosa necesidad de comunicarse con sus semejantes, y otro poco por despuntar el vicio, el hombre continuó creando y recreando palabras. 
Y así -torre de Babel mediante- hasta nuestros días, en que el lunfardo apareció entre nosotros.
Un repertorio de voces, muchas de ellas traídas por la inmigración, comenzaron a desarrollar una existencia paralela al habla común, para terminar, en no pocos casos, siendo asimiladas por nuestro lenguaje familiar y coloquial.
Aunque en sus comienzos sólo se lo hablaba en las trastiendas del idioma, no por eso dejó de ser escuchado. Y fue en la calle, en el conventillo, en el café, en el sainete, en la poesía popular y en las letras del tango, donde vino a encontrar el medio más apto para su difusión.
Adaptar a nuestra manera de ser y de sentir no pocos de los vocablos de nuestra “parla madre” (que sigue siendo el castellano), y el ir sumando voces a los entresijos del idioma, es una tarea de la que siempre se ha ocupado el pueblo.
Por eso, y sin temor a equivocarnos, podemos decir que cada vez que a alguien se le ocurra solicitar un “certificado de supervivencia” para cualquiera de estas voces, seguirá siendo el mismo pueblo la única autoridad competente en condiciones de extenderlo.

"POEMA NÚMERO CERO" - de Alposta y Rivero 
Canta Edmundo Rivero